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Convencer a un taxista para que lo llevase a Greenwich a esa hora no fue tarea fácil y, además, iba a costarle una fortuna. El viaje le pareció interminable y cuando llegaron a la puerta de la finca era más de medianoche. Tal vez Carlos ni siquiera estaría en casa, pero sospechaba que sí. Se había escondido en Greenwich con más frecuencia últimamente.

El taxista pulsó el botón del intercomunicador, pero no fue Carlos quien respondió. Estaba casi seguro de que era Toto. Un momento después, el taxi lo llevó hasta la puerta de la casa y Charles pagó el viaje, pero no le dijo que esperase.

Toto estaba en la entrada, con cara de preocupación.

–Buenas noches, joven Leclerc.

–¿Carlos está en casa?

–Sí, pero se fue a la cama hace una hora –
respondió el chófer.

–Tengo que verlo. Dile que lo espero en su estudio.

No le dio oportunidad de protestar. Sencillamente, entró en la casa y se
dirigió al estudio sin molestarse en encender la luz; tal vez porque había
algo consolador en la oscuridad. De pie frente la ventana, admiró el cielo cubierto de estrellas. Un millón de deseos, pensó tontamente.

Pero él solo necesitaba uno.

La puerta se abrió poco después y Charles cerró los ojos un momento antes de volverse.

–¿Qué ocurre? –exclamó Carlos, encendiendo una lamparita–. ¿Qué haces
aquí a estas horas?

–¿Hemos terminado? –le preguntó.

Carlos parpadeó sorprendido.

–No te entiendo.

–Deja que te lo explique entonces: te quiero, Carlos.

Él mayor se puso pálido y esa reacción lo decía todo. Pero un demonio interior animaba a Charles apersistir. Había ido hasta allí y llegaría hasta el final.

–Necesito saber dónde estoy. Un día pareces sentir algo por mí y luego
te apartas, portándote como si fueras un extraño.

–He sido sincero contigo desde el principio.

–Sí, es cierto. Pero tus actos contradicen tus palabras. Y necesito saber si hay una oportunidad para nosotros.

Carlos iba a darse la vuelta y eso puso furioso al doncel.

–No me des la espalda. Al menos, dímelo a la cara. Dime por qué no puedes quererme. Entiendo que has querido a otras personas en tu vida, pero es hora de seguir adelante, Carlos. Tienes un hijo que te necesita.

Él se volvió, mirándolo con expresión furiosa.

–¿Que siga adelante? ¿Crees que solo por soltar ese cliché yo debo decir: ah, muy bien, tienes razón, y luego podremos vivir felices para siempre?

–Lo que creo es que es ridículo pensar que no puedes amar a nadie más.

Carlos cerró los ojos un momento.

–No es que no pueda volver a amar. No soy de los que creen que solo tienes una oportunidad en la vida, que solo hay una persona a la que puedes querer con todo tu corazón.

–¿Entonces por qué? –exclamó Charles–. ¿Por qué no puedes quererme a mí y a nuestro hijo?

Carlos golpeó el escritorio con la mano, mirándolo con expresión torturada.

–No es que no pueda quererte, es que no quiero hacerlo. ¿Lo entiendes? No quiero amarte.

Charles dió un paso atrás, tan sorprendido que no podía responder.

Deshecho [Charlos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora