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Era el gran día y Charles había estado despierto toda la noche, cocinando, limpiando, decorando y, básicamente, estresándose. Siendo el maravilloso amigo que era, Pierre se había quedado con él hasta el amanecer.

Charles había enviado a Sergio a casa mucho antes. El pobre estaba a punto de dar a luz y no podía pasar una noche en vela. Pero todo el mundo había prometido volver a las nueve de la mañana para la gran inauguración.

–Todo ha quedado precioso, Charlie–dijo Pierre–. ¿A qué hora llegan los empleados?

Charles miró su reloj.

–Deberían haber llegado ya.

–Necesitas descansar, cariño. Pareces agotado.

–No hay descanso para los nuevos empresarios –bromeó Charles.

En ese momento sonó la campanita de la puerta. Era una de sus empleadas y Charles le dio instrucciones para que colocase en las estanterías las magdalenas que faltaban por colocar mientras él daba un último repaso al local. Satisfecho cuando todo estaba en orden, fue al lavabo a arreglarse un poco. Lo que realmente necesitaba era una ducha, pero no tenía tiempo de ir a casa.

–¿Estás ahí, Charles?

Pierre y Lance estaban al otro lado de la puerta, con bolsas de cuidado personal en la mano.

–Hemos venido a arreglarte el pelo –anunció Lance.

Charles se sentó sobre la tapa del inodoro, aliviado por tener unos minutos para relajarse. Su sueño estaba a punto de hacerse realidad. No todo había ido exactamente como él había planeado, pero no cambiaría absolutamente nada.

Quería a su hijo con todo su corazón, con una fuerza que lo sorprendía. No había imaginado que pudiera conectar de esa forma con un ser humano que aún no había nacido. Incluso le hablaba durante el día y le cantaba por las noches o le leía cuentos mientras estaba tumbado en el
sofá después de un largo día de trabajo.

Su hijo le había dado un propósito en la vida y estaba más decidido que nunca a triunfar y a ser un padre del que el niño estuviera orgulloso.

Pascale siempre había estado más preocupada por su propia felicidad
que por la de su hijo, pero Charles jamás sería así. Su niño sería la persona más importante de su vida.

Lance y Pierre no dejaban de reír y charlotear mientras lo arreglaban y
Charles sabía que lo hacían para tranquilizarlo. Cuando estaban dándole los últimos retoques, Sergio y George entraron en el café.

–¡Tienes que venir a ver esto! –Gritó Checo, tirando de su mano.

Charles se quedó helado al ver un montón de gente en la puerta del local, esperando que abriese. Y sus empleados, gracias a Dios, lo tenían todo preparado. Cuando sus ojos se llenaron de lágrimas, Sergio lanzó un grito:

–¡No llores o se te hincharán los ojos!

Charles rio, abrazando a sus amigos.
Cinco minutos después, por fin abrió el café y estuvo trabajando sin parar durante horas. Eran más de las doce cuando levantó la mirada y vió a Carlos entrando en el local.

–Ve a saludarlo –dijo Sergio –.Yo me encargo de la caja registradora.

–¿Seguro? Llevas mucho rato de pie.

–Estoy perfectamente –dijo su amigo–. Además, he comido un montón de magdalenas y estoy fuerte como un toro.

Charles sonrió mientras salía de detrás del mostrador para saludar a Carlos.

–Parece que hay mucha gente –dijo él.

–Es fantástico, no puedo creérmelo. Llevamos toda la mañana trabajando sin parar.

Deshecho [Charlos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora