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Charles metió las manos en los bolsillos del abrigo mientras corría hacia su apartamento. Los copos de nieve caían sobre su cabeza y el viento lo helaba hasta los huesos. Había sido un día espantoso y, para empeorar las cosas, estaba teniendo que soportar las náuseas matutinas y un cansancio abrumador.

Cuando llegó a la esquina dejó escapar un suspiro de alivio. Una manzana más y estaría en casa. Y en cuánto estuviera en su apartamento se pondría el pijama y se metería en la cama para dormir
doce horas.

Ah, qué vida tan alegre, pensó, irónico. Antes podía funcionar con tres o cuatro horas de sueño, pero el embarazo lo había convertido en una marmota.
Estaba tan perdido en sus pensamientos que no vio el coche que se detenía a su lado y dio un respingo cuando Carlos lo tomó del brazo.

–¡Qué susto me has dado!

–Sube –dijo él–. Hace un frío horrible en la calle.

–Estoy a una manzana de mi apartamento.

Carlos lo empujó suavemente hacia el coche y, suspirando, Charles decidió no protestar.

–No me has devuelto las llamadas –dijo él, después de indicarle al chófer que siguiera adelante–. Nunca estás en casa cuando vengo a buscarte y tus amigos no saben dónde estás.

–Aquí, pare aquí…

–No vamos a tu casa.

Charles se dejó caer sobre el respaldo del asiento, suspirando.

–Sé que he estado evitándote pero, de verdad, no quiero hablar de eso esta noche. Estoy agotado y hablar de ello me pondría de mal humor.

Para su sorpresa, Carlos esbozó una sonrisa.

–Al menos eres sincero.

–¿Dónde vamos?

–A un sitio dónde creo que mejorará tu humor. ¿Qué ocurre, Charles? ¿Por qué no devuelves mis llamadas? Pensé que teníamos un acuerdo. Ni siquiera sé si has ido al ginecólogo…

–Aún no he ido. Ya te dije que cuando fuera podrías ir conmigo.

–Dijiste muchas cosas, pero he tenido que secuestrarte para poder hablar contigo –le recordó Carlos.

–He estado ocupado– insistió Charles–. Tengo muchas cosas en la cabeza, incluyendo cómo voy a mantener a mi hijo. Estoy muy estresado…Puede que tu vida no vaya a cambiar radicalmente, pero la mía sí.

Carlos hizo una mueca y el doncel lamentó haber sido tan antipático. Sabía que él estaba haciendo un esfuerzo. Pero no era fácil acostumbrarse al embarazo y todo lo que significaba.

¿Cómo podía nadie soportar un giro de ciento ochenta grados en su vida como si no hubiera pasado nada? Tal vez algunas personas podían hacerlo, pero Charles no era una de ellas.

–¿Crees que esto sólo es difícil para ti? –le preguntó Carlos–. Es horrible no saber si estás bien, si el bebé está bien. ¿Te gustaría vivir con esa incertidumbre?

–Lo siento, sé que tienes razón –al ver su expresión angustiada, Charles lo abrazó y, aunque Carlos se quedó momentáneamente sorprendido por el impulsivo gesto, por fin le devolvió el abrazo.– Lo siento –repitió.–Esto no se me da bien. Tú no mereces que te trate así.

–¿Qué tal si hacemos un pacto? No me dejes fuera y nos llevaremos bien.

Charles asintió con la cabeza, contrito.

–Tengo una sorpresa para ti que aliviará algo del estrés que estás sufriendo.

–¿En serio? ¿Qué es?

Deshecho [Charlos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora