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Y Charles sintió su pena, su incertidumbre, su desesperación. Había tanta emoción en él que era casi tangible. No podía seguir mostrándose frío y distante cuando Carlos estaba derrumbándose, de modo que le devolvió el beso, pasando una mano por su cara en un gesto de comprensión, de perdón.

Carlos lo tomó en brazos como si no pesara nada y lo llevó a uno de los dormitorios del piso de abajo. Lo depositó sobre la cama, mirándola con ojos hambrientos, y Charles se quedó sin aire cuando se inclinó sobre él para buscar su boca una vez más.

Impaciente, Carlos tiró del pantalón y, con manos ansiosas, le quitó la ropa hasta que quedó desnudo. Y entonces su expresión cambió. Parte de la tristeza que había visto en sus ojos desapareció mientras lo miraba, maravillado. Con mucho cuidado, deslizó las manos por su abultado abdomen e inclinó la cabeza para besarlo.

–Lo siento –se disculpó de nuevo.

La emoción hacía que sus palabras fueran casi incomprensibles, pero la disculpa llegó al corazón de Charles. Era evidente que lamentaba de verdad lo que había hecho. Estaba desnudándose ante él, mostrándose vulnerable.

–No pasa nada –murmuró, buscando sus labios.

Sus lenguas flirtearon y jugaron durante unos segundos, pero Carlos se colocó sobre el doncel con gesto posesivo, aunque con cuidado para no hacerle daño. Lo besó en el cuello, despacio al principio y luego con fuerza hasta que estuvo seguro de que tendría marcas al día siguiente. Lamió y
mordisqueó por todas partes mientras se deslizaba hacia abajo y cuando llegó a sus pechos levantó la cabeza para mirarlo a los ojos.

–¿Ahora son más sensibles? –le preguntó, con voz ronca, pasando la yema del pulgar sobre un pezón mientras esperaba la respuesta.

–Sí, desde luego.

–Entonces tendré más cuidado.

Con infinita ternura, pasó la lengua por un rígido pezón antes de meterlo en su boca y Charles arqueó la espalda, sintiendo un escalofrío. Había pasado mucho tiempo desde la primera y última vez que estuvieron juntos y lo deseaba con todas sus fuerzas. Las últimas semanas habían sido una tortura, con Carlos mostrándose tan atento y cariñoso. Y, sin embargo, siempre estaba esa barrera entre ellos.

Charles sabía que aquello no resolvía nada, pero anhelaba el contacto físico. Lo necesitaba. Dejando escapar un suspiro, se rindió a los expertos labios de Carlos.Pero entonces él empezó a moverse hacia abajo, acariciando su abdomen con las dos manos, besando cada centímetro de su piel hasta que los ojos de Charles se llenaron de lágrimas.

Y cuando separó sus piernas para acariciarlo con la boca, estuvo a punto de perder la cabeza. Charles enterró los dedos en su pelo, moviéndose al ritmo de las íntimas caricias…

–Carlos, por favor –le suplicó–. Te necesito.

Él saltó de la cama y tiró de sus piernas hasta que su trasero reposaba
sobre el colchón.

–Enrédalas en mi cintura –dijo con voz ronca.

Y en cuanto lo hizo, se deslizó dentro del doncel. La sorpresa hizo que Charles contuviese un gemido. Estaban piel con piel, sin barreras en esta ocasión. Carlos clavó los dedos en sus caderas, tirando hacia él de su cuerpo.

–No dejes que te haga daño.

–Sé que no vas a hacerme daño –dijo–. Hazme el amor, Carlos.

Había estado a punto de abrirle su corazón, pero se contuvo porque
sabía que él no querría hablar de sentimientos. Carlos buscó su boca en un gesto desesperado. Sus manos estaban por todas partes, como si no pudiera cansarse de él.

Deshecho [Charlos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora