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No debería ponerlo tan nervioso organizar un catering para una pandilla de ricachones, pero Charles Leclerc quería que la fiesta en la nueva casa de su amigo Sergio Pérez fuese perfecta.

Además, ¿por qué iba a estar nervioso? Que la suma de las cuentas corrientes de los invitados fuera más elevada que la deuda nacional no tenía por qué hacerlo sudar. Claro que estaba a punto de abrir su propio negocio y necesitaba que aquella fiesta fuera perfecta para que corriese la voz.

Suspirando, miró la inmensa cocina de Sergio por si faltaba algo…Claro que faltaba. ¿Dónde estaban los malditos camareros? En ese momento se abrió la puerta y apareció un chico que no podía tener más de veinte años.

–¿Dónde está tu uniforme?

–¿Qué uniforme?

–Camisa blanca, pantalón negro, zapatos brillantes… y el pelo bien cortado, por cierto.

–Lo siento, señorito. Me han pedido que viniera a última hora y pensé
que todo lo que necesitara estaría aquí.
Charles suspiró.

–¿Es la primera vez que trabajas de camarero?

–Sí –respondió el chico–.
Iba a venir un amigo, pero ha tenido un problema a última hora y voy a
hacer su turno.

Genial, pensó Charles.

Él estaba esperando dos camareros y quien aparecía era un chico que no tenía ni idea. De modo que tendría que echar una mano.
Y él pensando que tomaría una copa de vino con los chicos, hablando sobre lo bonita que era la nueva casa de Sergio…Agarrando al chico del brazo, Charles lo llevó hacia la escalera.

–Tienes que ponerte algo más adecuado.

Él parpadeó, sorprendido, pero se dejó llevar hasta la habitación de Max. Charles abrió el vestidor y buscó una camisa blanca y un pantalón oscuro.

–Desnúdate –le ordenó.
El joven se puso colorado.

–Pero…-Al escuchar un carraspeo, Charles se dio cuenta de que no estaban solos.

–Tal vez debería volver más tarde.

Cerró los ojos, mortificado, al ver a Carlos
Sainz apoyado en el quicio de la puerta, mirándolo con expresión burlona.

–No sabía que te gustasen tan jóvenes.

Charles nunca había podido entender por qué aquel hombre siempre lo pillaba con el paso cambiado. Él es un hombre inteligente, centrado, una persona seria. Nunca nadie lo hacía sentir inferior, pero cuando se cruzaba con el amigo de Max se sentía como un tonto.

Pero no iba a dejar que le afectase, de modo que le tiró la camisa y el pantalón y se dirigió a la puerta.

–Haz que este chico se vista. Le espero abajo en cinco minutos. Carlos parpadeó, sorprendido.

Ah, genial, por fin lo había dejado boquiabierto.

–¿Esta ropa no es de Max?

–Sí, pero necesito un camarero y esto es todo lo que hay – respondió Charles–. No pienso defraudar a Sergio y tú tampoco, así que ponte a trabajar.

Luego salió de la habitación y bajó al primer piso, sin esperar la respuesta de Carlos.
Una vez en la cocina, colocó las bandejas y las copas de champán mientras mascullaba maldiciones, irritado por tener que servir a los invitados de Sergio.

Había pedido tres camareros y le habían enviado un universitario que necesitaba dinero para cerveza. Genial.
Un minuto después, el chico apareció y, para sorpresa de Charles, casi parecía un profesional. La camisa y el pantalón le quedaban un poco grandes, pero tenía un aspecto limpio y presentable. Incluso se había peinado.

Deshecho [Charlos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora