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Carlos estaba en el pasillo del hospital, preguntándose por qué no entraba en la habitación de una vez. Pero no era el momento. Max y Sergio tenían razón: Charles estaba muy débil.

Max apareció entonces al final del pasillo.

–¿Has entrado a verlo?

–No, aún no. La madre de Sergio me ha
prohibido que entrase. Y lo entiendo, francamente. ¿Cómo están Sergio
y Carlota?

–Bien –respondió Max–. Están abajo, esperando en el coche con el padre de Sergio. Van a llevarse a Charles a su casa.

Carlos hizo una mueca. Charles no tenía casa a la que volver, pero debería tenerla. Debería ir a su casa con él. En realidad, no debería haber estado en ningún otro sitio durante esos meses. No sabía qué hacer y era una sensación a la que no estaba
acostumbrado…

En ese momento se abrió la puerta y Charles salió de la habitación, con Marilú tras él. Estaba pálido, el pelo sujeto con un broche y los pómulos más pronunciados que nunca, como si hubiera adelgazado de repente. La única parte de él que tenía un aspecto normal era su abdomen.

–Charles… gracias a Dios que estás bien.

Alargó una mano para tocarlo, para confirmar que estaba allí, pero Charles se apartó y Carlos bajó la mano, intentando disimular su angustia.

–¿Les importaría esperar fuera un momento? –preguntó él doncel, mirando a Marilú y Max–. Saldré enseguida, pero tengo que hablar con Carlos.

Marilú no parecía dispuesta a obedecer, pero Max la tomó del brazo.

–Te esperaré en la puerta para acompañarte al coche.

–Muy bien.

Cuando se quedaron solos, Carlos alargó una mano para tomar la de él.

–Charles, no sabes cómo siento lo que ha pasado. Pero puedes venir a mi casa, yo cuidaré de ti. Tenemos muchas cosas que decirnos… bueno, yo tengo muchas cosas que decirte y…

–No.

Carlos había esperado que discutiese, pero esa firme negativa lo asustó. Era mucho peor de lo que había imaginado y toda la emoción que había intentado contener desde que supo que estaba en peligro salió a la superficie, amenazando con ahogarlo.

–Pensé que te había perdido en el incendio y… creí morir. Temía que algo así pudiera pasar, temía perderlos a los dos y el miedo me atenazó. Me hizo decir cosas que no siento.

–Ya me has perdido. Nos perdiste a los dos antes del incendio, Carlos. Llevas tanto tiempo intentando evitar el sufrimiento que te da igual a quién hagas daño en el proceso. Pues lo siento, pero tengo que irme.

Charles se alejó por el pasillo y Carlos se quedó mirándolo, incapaz de moverse.
Tuvo que parpadear para contener las lágrimas. No podía seguir mintiéndose a sí mismo. Lo amaba, lo había amado desde el principio. Nunca había creído en el amor a primera vista, pero eso era lo que le había ocurrido con Charles.

Y por eso lo había visto como una amenaza. Había hecho lo imposible para convencerse a sí mismo de que no lo
amaba… Sin embargo, así era. Y deseaba estar con él más que ninguna otra cosa en el mundo. Pero ya era demasiado tarde.

Sintió que alguien le ponía una mano en el hombro y cuando volvió la cabeza vio que era Max.

–Creo que es hora de que tú y yo tengamos la misma charla que tuve con Fernando después de meter la pata con Sergio.

Carlos se metió las manos en los bolsillos del pantalón, desesperado.

–No sé qué hacer.

–Tienes que arriesgarte. Te estás jugando tu futuro y el futuro de tu hijo. Es hora de empezar a vivir otra vez. Tendrás que suplicarle a Charles que te perdone… y de rodillas si hace falta.

Deshecho [Charlos]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora