Día seis: Protégeme.

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La cabeza de Clara estuvo caliente y en las nubes toda la noche. Ni siquiera prestó atención a algo que dijo Kuromo, solo cenó y se fue a dormir con la imagen de varias mujeres rodeándola. Por la mañana, desayunó y se vistió de forma automática. Salió del cuarto y tomó asiento en la mesa con sus amigas, su mirada estaba perdida en el suelo.

—Buenos día, muñequita —la saludo Pretty. 

—¿Sunshine?

—Sunshine baby.

—¿Estás bien?

—Eh, sí. Disculpen. Solo pensaba. Este... Luego de ayer y de todo lo que he pasado estos días... Bueno... Parece que si soy homosexual.

—Linda...

Las tres la abrazaron de manera cálida y dulce. 

—Amiga, incluso luego de todas las cosas que hacemos, debes estar segura y no decirlo por presión. 

—Aunque te molestamos con eso el primer día cuando nos reunimos, no nos tomes tan en serio. Eres tú la que decide, no las demás. 

—Eso, Sunshine, darling. 

—Gracias por su amabilidad, las quiero.

—Oigan —dijo Alucarda— ¿qué celebramos?

—Salí del closet. 

—Jaja, lo dices de una forma tan inocente. Fuerza, muñequita. Si necesitas apoyo, puedes buscar a tus amigas, lo sabes, ¿no?

—Si, gracias Alu.

La chica de cabello de fuego se unió al abrazo grupal. 

—Bien, mucha felicidad por ahora, pero tienen trabajo que hacer, perras. 

—Vamos Sunshine. Pero no creas que seré más amable contigo en el trabajo. 

—¡Si! —dijo con una sonrisa. 

Las cuatro esperaron su entrada tras la puerta, esta tenía dibujada una corona y sus disfraces consistían en negros vestidos cortos acompañados de un dimitido delantal, mientras que Pretty usaba un ampuloso vestido amarillo, similar con el que Clara había vestido a Alucarda,  decorado de blanco y una pequeña tiara plateada. 

—Sunshine, honey —dijo Hanabi— el guion aquí es más elaborado. I'll tell you what to do. 

—O... OK.

La puerta se abrió, primero entró Pretty, y tras ella, con la cabeza baja, Solari. Hanabi detuvo a Clara y le indicó que esperara. 

—Pero ¡qué es esta pocilga! —Exclamó Pretty con un forzado tono elegante.

—Es su habitación, su majestad.

—Esta no es mi habitación, es un chiquero, una porquería. Trae a las responsables de esto.

—En seguida su alteza.

Solari salió para llamar a las dos chicas. Entraron en una habitación dorada, con una gigantesca cama, un candelabro, suelo dorado y rojo y una variedad de elegante mobiliario, además del siempre infaltable espejo. Con tantas cosas parecía más grande que el resto de las habitaciones. 

—Aquí están las dos hermanas sirvientas, su majestad. 

—¿Y ustedes que hacen ahí? Agáchense ante mí, par de plebeyas.

—Lo... Lo siento, su majestad. 

Ambas se arrodillaron frente a la princesa. 

—Tú —dijo caminando hacia Clara— ¿acaso te di permiso de hablar?

Muñequita de vitrina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora