Mi nombre es Clara.

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Dentro de la cabeza de aquella chica no dejaban de cruzar decenas de ideas. Había terminado por fin la escuela, los largos semestres de estudios no dejaban tiempo para amigos o pareja o diversión, pero ahora era libre, tan libre que no podía decidir.

—Necesito buscar trabajo, pero quiero descansar; puedo seguir estudiando, pero debería tomarme al menos un año; puedo buscar novio, pero descuidaría mis estudios, pero ya terminé mis estudios, entonces un novio de trabajo, pero quiero descansar de... ¡carajo, no sé qué hacer!

Para despejar su mente, la joven de aspecto, diremos común, ni tan alta ni tan baja, cabello castaño con dos trenzas y ojos que hacían juego, falda larga y blusa rosa, entró a una de esas cafeterías para gente, diremos de estatus alto. Era la primera vez en uno de esos lugares, miraba a los lados, al techo y al suelo, pero su mente seguía hundida en sus pensamientos.

—Debería pedir lo más caro, debo consentirme por ahora, me lo merezco, sí, me lo...

Mientras hablaba con ella misma, iba tan perdida que no vio a la alta mujer junto a ella, no la vio dar la vuelta y por supuesto no vio el banco con el que terminaría tropezando y luego empujando a la mujer.

El golpe hizo que todos en el lugar voltearan la mirada, la joven sobre las piernas de una mujer en el suelo, bañada por cinco cafés helados, crema batida y caramelo, y por si no fuera suficiente, a la escena se agregó el escote de la mujer, bajado cuando la chica intentó sujetarse y dejando a plena vista un sostén de color oscuro.

—¡Perdona! ¡Perdón! ¡De verdad, perdón!

Gritó la pobre, con toda la intención de pedir disculpas, pero terminó llamando incluso la atención de la gente de fuera. Unos ojos la miraban fijamente desde el suelo, ojos negros, profundos y furiosos de aquella mujer.

—Levántate —dijo con un tono tan severo que la joven se paró en un solo movimiento.

—De verdad, perdón, no fue mi intención, es que estaba en las nubes, no pensaba y...

—Tus disculpas no me ayudan a pararme.

—¡Perdón, perdón!

Tendió la mano para ayudarla y, al estar de pie, la joven debió levantar la mirada para verle a los ojos. Era alta, más que cualquier hombre en ese lugar, de largo cabello tan oscuro como sus ojos, piel bronceada cubierta de ropa vistosa oscura que no ocultaba una ancha figura curvilínea, rostro adornado con al menos media docena de piercings y anchos labios color carmesí.

—Per... Perdona —balbuceó la chica luego de un incómodo silencio— te... Te pagaré todo, no... No tengo mucho dinero ahora, pero... Te prometo que...

Mientras se arreglaba la ropa y limpiaba el rostro, con una voz fría respondió —No puedes pagarme.

—De... De verdad, le prometo que...

—Mira a tu alrededor, niña. ¿Cómo piensas pagarme por la vergüenza que me acabas de hacer pasar? ¿Crees que mi dignidad se recuperará con unas monedas?

La gente miraba la escena, algunos tomaban fotos de forma poco discreta o se cubrían la boca para esconder una incómoda o una pervertida sonrisa. El sonido de los susurros llenaba el lugar.

—Perdona...

—¿Eso harás? Te disculparás hasta que todo se arregle ¿verdad? Acompáñame.

La mujer pago las bebidas derramadas y salió de la cafetería seguida de la pobre joven, con la cabeza encogida y las lágrimas a punto de desbordarse.

—¡Detente!

Ambas se detuvieron junto a un pequeño parque.

—Dime tu nombre

Muñequita de vitrina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora