Mi "novio" - Juantin

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POV: Martin

La primera noche —justo después de la boda— no hicimos nada. Entre la ceremonia, la fiesta de después y el viaje en ave hasta Lyon, Francia, estábamos demasiado cansados y nos dormimos en el instante que nuestros cuerpos tocaron la cama del hotel.

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Despierto rodeado por los brazos de Juanjo y con su cara escondida en el hueco de mi cuello, ambos aun con los trajes puestos. Ni siquiera nos desvestimos, de lo cansados que estábamos.

– Buenos días, cariño. – dice Juanjo, con la voz ronca, haciéndome cosquillas cuando su aliento choca con la piel de mi cuello.

– Buenos días, amor. – digo yo, antes de que él me bese.

– Voy a ducharme, que ayer a mi padre se le cayó una copa encima mio y estoy que doy asco. – dice, mientras se levanta, haciéndome reír.

Mientras él se ducha, yo me levanto y me cambio de ropa, poniéndome más cómodo para ir a hacer un poco de turismo, que es lo que teníamos planeado para esta mañana —más que nada, para dejar que el personal de limpieza del hotel, haga su trabajo—. Ya tendremos tiempo, de estar a solas y no solo en nuestra luna de miel. En Madrid también tenemos nuestro piso —en el que ya pasamos más tiempo que en las habitaciones de resi—.

– ¿Estás bien? – pregunto, preocupado, ya que está tardando más que de costumbre, en salir de la ducha.

– ¡Si! Ahora salgo. – me contesta y en menos de cinco minutos está delante de mi – Toma. – dice dándome un mando que conozco a la perfección.

– Sabes que ahora saldremos a hacer turismo, ¿verdad? – pregunto, con una sonrisa juguetona.

– Lo se. – dice él, con una sonrisa igual a la mía.

Esta no es —ni de lejos— la primera vez que jugamos a esto, pero sin duda, sí que será la primera vez que lo hacemos en público y, quieras que no, le suma morbo a la situación.

– ¿Qué tamaño te has puesto? – pregunto, refiriéndose a los dilatadores.

– El mediano.

– ¿Vas bien? – pregunto y él asiente con la cabeza – Pues a la calle, que tenemos muchos sitios que visitar. – digo guiñandole un ojo.

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– ¿Una iglesia? ¿De verdad? – pregunta el, aguantándose las ganas de reír, cuando salimos del funicular.

– Técnicamente es una basílica, pero si. – digo yo, sin aguantarme las ganas de reír – Por lo que he oído, es preciosa.

– Preciosa va a ser como la voy a tener yo cuando salgamos de aquí, ¿no? – me susurra al oído, abrazándome desde atrás.

– Puede ser. – me rio, antes de cogerle de la mano y tirarle para dentro.

– Es preciosa. – dice, justo antes de que encienda el modo vibrador del dilatador, con el mando dentro del bolsillo de mi pantalón – Cabrón. – me susurra.

– Esa boca, que estamos en casa de Dios. – le “riño” – Ven, vamos abajo.

– ¿Abajo?

– Hay una sala subterránea para rezar, confesarse y todas esas cosas. – digo y, mientras bajamos las escaleras, subo el nivel de vibración.

– No sabes estar quietecito, no. – dice y yo me río – A la próxima excursión te lo pones tú.

– Me parece bien. – me río yo, pero en silencio, para no molestar a nadie.