Capítulo 9.5

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Afuera había comenzado a llover. Podía oírse con claridad el repiqueteo de las gotas y los truenos retumbando en el exterior. Mientras conversábamos, pudimos conocer a nuestros anfitriones. El señor Paco, que antiguamente era dueño de un restaurante de la zona  y a sus dos hijos. El chico castaño llamado Aquiles, y su hermana de cabello más rubio, Elisabeth. En el poco tiempo que habíamos conversado pude darme cuenta de que eran buenas personas. Nos explicaron cómo era su vida antes de que todo comenzara e igualmente nosotros les contamos nuestras experiencias. Al parecer los hospitales no habían sido los únicos en colapsar. Según el señor Paco, en las instalaciones militares, los cadetes dormidos se levantaron y mataron a todos sus compañeros. Algunos capitanes les dispararon a otros. Y lo mismo ocurrió en todos los sitios donde hubiese mucha gente.

Podía ver el cansancio en sus ojos. Y por un momento presté atención a mis compañeros; todos tenían la fatiga anunciada en sus rostros. Se veían realmente agotados.

Entonces se me ocurrió una idea, quizás no era la mejor pero nos ayudaría a despertarnos un poco.

—Señor Paco.

—Si Doctor, dígame.

—Solo dígame Roni.

—Como usted diga. Doctor Roni.

—Eh... sí. Miré señor, ¿aquí no habrá algo de alcohol? ¿Vino o ron?

El señor Paco levantó una ceja hacia mi—Esas no son cosas de un médico... pero sí. De echo—sonrió y saco una botella de su mochila —¿Les gusta el Ron Caribeño?

Solté una carcajada—¡Señor usted es todo un veterano!

—¡Yo me anoto! —exclamó Brison—Dios, de verdad necesito un trago.

—Y yo —intervino Richard.

—Pero si tu no tomas —comenté extrañado.

—A la mierda, ahora sí.

Negué riendo.

—Que raro...—le oí murmura al hijo del señor Paco—Así que por eso te habías regresado a la casa...

—¿Yoo...?—respondió inocente el Padre.

En minutos todos estábamos riendo. Pude sentir como mis sentidos se adormecieron. Pero a su vez me sentía más despierto que nunca. A simple vista pude notar que no era el único.

Aún faltaba mucho para el amanecer. Ya serían 4 días. Unas 75 o 77 horas despiertos.

Sabía que las horas más peligrosas se acercaban. Pero por un instante no quería pensar en eso. De echo, a medida que disfrutaba de la bebida, sentía como un fuego se encendía dentro de mí. Y odiaba que Richard estuviese herido. Si no, lo hubiera cargado hasta la habitación más cercana y...

Algo me decía que él se sentía igual. Cuando nos vimos, lo sentí en sus ojos, fatigados pero con un brilló malicioso. Me mordí el labio inferior y le guiñé un ojo. Lo vi reír. Él entendía. Esto que Richard y yo habíamos comenzado se sentía con una intensidad tan fuerte que aveces me preocupaba. Quizás yo estaba mal de la cabeza... ¿O era normal que todo el tiempo estuviese pensando en tener sexo con él? Quizás luego le preguntaría.

Miré por la ventana. Esa era una tormenta realmente fuerte. Al parecer por ahora no podríamos salir.

Solo podíamos esperar a que la lluvia cesara, así que me quedé junto a Richard, vigilando que no se durmiera.

Mientras, las horas en la cuenta regresiva seguían avanzado.

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