Capítulo 7

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Capítulo séptimo

Violett

Mire por interminables minutos la nota amarilla que mis manos sostenían, que ni siquiera me percate de que el taxi que había pedido ya estaba frente a mí. No tenía a donde ir, y el nombre de la nota me sonaba de algún lado, sin dudarlo siquiera dos veces le indique al chofer la dirección de la nota.

— La agencia, no me permite salir de la ciudad... — Me dijo el chofer, clavando su mirada en mí a través del espejo retrovisor.

— Solo serán unos minutos... — Mentí descaradamente, al no  tener ni la menor idea de saber en donde se encontraba ese lugar 

— ¿Minutos? ¡Por dios señorita! — Lo mire, tratando de descifrar si su mirada me decía sí todo esto era broma. Pero al parecer era verdad

— ¿Qué tan lejos? — Pregunté suavizando mi voz, tratando de ver sí esto lo convencía, pero fue en vano.

— Cinco horas treinta... Como mínimo

Mis ojos casi salieron de su órbita al pensar que no estaba en las mejores condiciones ni físicas y mucho menos económicas para hacer un viaje de casi seis horas, abrí mi cartera y ví que solo me quedaban 300 dólares, aferrandome mucho a ellos, pregunté.

— ¿Cuánto?

— ¿Disculpe?

— ¿Cuánto? Por llevarme al lugar

— Miré... Yo no pienso vender mi integridad, y sí tanto desea llegar a ese lugar, existen otros medios de llegar a él

— Lo se, se que la integridad es muchísimo más valiosa que un par de dolares, pero mi tía abuela me espera... La pobre está en su lecho de muerte, y su última voluntad era verme... Ver a su niñita... Pero si usted no desea hacer realidad su última voluntad, ella morirá con la pena y usted y yo quedaremos con el remordimiento... — 

Ni siquiera me dió tiempo de detenerme a pensar el descaro con el que había mentido, cuando el coche arrancó de manera abrupta, en mis adentros festeje pero aún más en el fondo me sentí culpable por el buen hombre, pero sí yo no llegaba ahí, el no me mantendría ¿O sí?

El tiempo se consumió como una hoja de papel en el fuego, ni siquiera pestañeé y ya estábamos frente a el gran portón de la mansión, saque con mucho dolor los trescientos dólares de mi cartera y se los tendí al chofer, él me miró y se negó.

— Vamos, por favor tómelos...

— Me niego a hacerlo, esta ha sido mi obra de caridad, espero que su tía se alegre mucho de verla, y mi más sentido pésame sí ella parte este día... — Diciendo esto, él cerró la puerta el vehículo y se marchó. Mientras yo me quedaba perpleja ante su buen corazón y el remordimiento me hizo sentirme la peor persona del mundo.

La fachada era hermosa, muros blanquecinos al estilo de la antigua acrópolis griega se alzaban alrededor de toda la casa, grandes plantaciones de rosas y verdes enredaderas que se mezaclaban entre sí alrededor de cada muro daban un toque de libertinaje a la casa, en los costados del portón enormes vitrales decorados con cielos al estilo Van Gogh  lanzaban el reflejo del desastre que estaba hecha, mi pelo parecía un nido de aves, aunque de frente se veía bastante decente, el problema se retractaba detrás de mi cabellera, mis rodillas tenían sangre seca y mi vestido no era el mejor, mi abrigo estaba hecho un desastre aún lleno de polvo de concreto, creo que pararé ahí, mi cara... Mi cara era lo peor, la mascará de pestañas estaba toda corrida debajo de mis ojos, haciéndolos ver terriblemente mal, parece como sí no hubiese podido pegar los ojos durante un siglo entero, cuando estaba a punto de arreglarme un poco, la puerta se abrió de par en par y quede totalmente expuesta.

El resto se dibujara solo"OBRAS INMORTALES"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora