Capítulo 8

7 2 0
                                    

Mi vida no siempre fue tan buena, Aila hizo que mi vida volviera a tener color, vida, que volviera a tener sentido. 

— Las cicatrices siempre van a tener un espacio en tí, ya sea físico o mental, pero nunca dejarán de existir, darán fin a la persona que eres y moldearán a la nueva en la que te convertirás.  Me lo decía mientras ambas estábamos recostadas en el viejo sofá marrón de su habitación, yo jugaba con los olanes de mi falda rosa chillón y ella acariciaba mi pelo delicadamente. 

¿Pero yo no pedí que me hiriera? 

Nadie lo pide cielo... Hay que levantar esos animos, vamos a la cocina.

Ambas nos levantamos y el sofá en el que estábamos crujió de manera abrupta, ambas nos miramos y soltamos una carcajada al mismo tiempo, no paramos de reír hasta que nuestro abdomen empezó a doler, y por nuestros ojos empezaron a deslizarse lágrimas de  felicidad.

— Me niego a creer que derramas dinero hasta por los codos y guardas ese horrendo sofá.

— No es la prenda cielo... Es el significado. 

— Afuera hay cosas mejores.

— Lo sé, pero no habrá nadie mejor que lo cargué hasta mi habitación conmigo encima vestida de lijeros encajes blancos, y con hermosas peonías sobre mi cabeza... Vamos cielo — 

Hizo un ademán con su mano para que la siguiera, entró en la cocina y yo me senté en un banco de la amplia isla que separa la cocina del resto de la casa, pensando en sí algún día tendría la fortuna de encontrar alguien que me haga tan feliz y dichosa como el abuelo lo hizo con la abuela Aila. Mientras jugaba con mis dedos, finas y delicadas lágrimas se deslizaron sobre mis mejillas, haciéndome pensar que Wayne en algún momento de su vida me amaría, de no ser así yo no sería dichosa, jamás se tienen trece de nuevo y mí vida pudo haber terminado de no haber sido por Aila...

— ¿Con chispas o naturales cielo? 

—Ya sabes la respuesta Deslizó un pequeño plato sobre la enorme isla hasta mis manos lo detuvieron, observe las redonditas galletas y pensé que todo podía quedar mejor con un enorme vaso de leche.

— ¿Fresa o chocolate? — Gritó Aila abriendo las puertas de la nevera de par en par, levante el dedo índice, para indicar que la de fresa aliviaría mi dulce corazón roto más pronto.

Tomó el tarro de leche, dos enormes tazas y yo las dulces galletas, me tumbé en el sofá de la sala frente a la enorme chimenea, ella se sentó del lado opuesto e hizo una seña con su mano para que me acurrucara en su costado.

— ¿Por qué no me quiso?

— Es que eras mucho para ella — En su voz se notaba un ligero toque de diversión

— ¿Verdad que yo no como mucho? 

— No, no lo haces cielo...

— ¿Entonces? 

— Ella no estaba bien cielo, y mirá... Piensalo de esta manera, sí ella nunca te hubiera dejado aquí que habría sido de mí, tú llegaste para ser mi luz... La luz de millones de vidas

— También pude haber sido su luz... 

— Ella no quería que su camino fuera iluminado... 

— Es noche amor... 

No puse resistencia, sabía que ella no quería hablar más sobre su inhumana hija, sobre  mi madre. Llegue a casa de Aila cuando tenía solo seis años, mi madre no me miró ni una sola vez mientras bajábamos del vehículo, la casa a la que estábamos a punto de entrar era espeluznantemente enorme, mi pequeña mano se apretó aún más a los dos dedos de mi madre, todos lo que estaban en el jardín la miraban con sorpresa, pero nadie la detenía hasta que llegamos a la enorme puerta de caoba. Toco a la puerta, estando un hermoso timbre recubierto de plata a un lado de ella, la puerta se abrió y vi como sus ojos se conectaron a los de mi madre, ella inclino la cabeza, se puso en cuclillas me dió un beso suave en la frente, ajusto mi pequeña mochila de Bob esponja a mi espalda, y se fué, sus pasos eran rápidos, corrí tras ella, gritaba y  gritaba, hasta que sentí que mi garganta sangraba, se subió al coche y arranco, sin clavar su mirada por última vez en mi pequeño cuerpo. Corrí, les juró que corrí, hasta que mis fuerzas se esfumaron, caí de rodillas sobre las pequeñas rocas filosas que formaban un camino, y vi a mi madre irse, sobre el horizonte, el coche se alejaba, hasta que mi vita lo perdió sobre los hermosos colores del atardecer de aquel día, Aila cubrió mi delicado cuerpo con sus brazos, me alzo y yo supe que mi madre no se daría la vuelta y regresará por mí...

El resto se dibujara solo"OBRAS INMORTALES"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora