1. El día en el que el mundo se paró

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HENRY

Todo el pueblo está en la calle. Después de trabajar duro durante toda la semana, lo lógico sería creer que los domingos eran el día idóneo para relajarse. Nada más lejos de la realidad.
Familias enteras pasean de camino a la iglesia, los más pequeños jugando y corriendo sin parar, los más jóvenes no pueden evitar estirar el cuello de sus camisas.Incluso yo tengo ganas de hacerlo, hace un calor de mil demonios y ponerme una camisa negra y unos jeans oscuros igual no ha sido mi idea más brillante.
Pero está siendo un buen verano.

Han nacido diez potros en los últimos dos meses en el rancho que ha pertenecido a mi familia durante generaciones, lo cual es un número muy bueno. Y, por si eso no fuera poco, uno de los últimos sementales que vendí está que se sale en las carreras.
Más reconocimiento, más dinero.
Y más satisfacción. Tengo la teoría de que mi padre nunca quiso dejar el rancho en mis manos, no tenía nada que ver con que desconfiara de mí sino con que es un cabezota de tres pares de cojones. Al final, la enfermedad lo obligó a hacerse a un lado.

Desde entonces, mi hermano y yo nos hacemos cargo del asunto. Es una buena vida, diablos, es todo lo que quise desde niño.
Aprendí a montar a caballo antes de poder escribir mi puto nombre.

Sin embargo, para mi adorada madre eso no parece ser suficiente. O al menos es lo que empezó a decirme cuando salimos del rancho a las afueras del pueblo.

-Lo tienes todo cariño, menos lo más importante.

-¿Una mujer? -Digo mientras clavo la mirada en dos jóvenes que andan dando tumbos. Parece que no se han recuperado de la noche del sábado.

-Amor. Alguien que te ame, tanto como yo amo al cascarrabias de tu padre. Pero no le digas que dije eso, ya se lo cree demasiado sin saberlo. -No puedo evitar que un lado de mis labios tire hacia arriba.-Has visto lo feliz que es tu hermano.

-Claro que lo es. Jim llevaba colado por Leah desde que la encontró llena de barro con ocho años.

La risa de mi madre es un rayo de luz inesperado. Sobretodo teniendo en cuenta la tormenta en la que estamos sumergidos. No lo hemos hablado pero es evidente que mi padre no nos acompaña porque su salud se está desgastando a pasos agigantados.

-Cierto. Pero tú también mereces eso. Te has hecho cargo de todos nosotros, y en dos meses cumplirás los 35. Es hora de que tengas tu propia familia. -Como no digo nada me agarra del brazo.-Aunque adoro que me cuides tanto, tienes que vivir tu propia vida.

Un corro de señoras rodean a mi madre justo cuando llegamos a la puerta de la iglesia. Y menos mal.
Dejamos el tema en el aire.

¿Me encantaría encontrar a alguien por quién rompería el mundo en pedazos? Claro. ¿Que me mire y sienta que el mundo se detiene? Joder, sí. ¿Alguien de quien pueda volverme adicto a su cuerpo y amarlo con locura? Dios sabe que si.
Pero esa mujer nunca llegó. Las chicas jóvenes del pueblo han intentado que me fije en ellas, muchas veces alentadas por sus familias, sería relativamente fácil casarme con alguna pero... simplemente no quiero. Y, aunque lo quisiera, tengo un carácter de mierda. No soy gracioso, mi semblante es serio por naturaleza, no trato mal a nadie pero tampoco es que sea agradable... y como tengas la mala suerte de cabrearme no me va a temblar el pulso para echarte los dientes abajo.

Soy todo un encanto, sí.

Esta es una de las razones por las que adoro tanto los caballos. No esperan una sonrisa, ni comentarios educados, ni que hagas cosas por ellos... solo agua y comida, y pasear de vez en cuando.
No te juzgan, no te critican, no te dicen que tienes que mejorar. ¿Ser más agradable? Lo intenté durante un tiempo, al final solo sirvió para darme cuenta de que la gente seguía buscando fallos en cada cosa que hacía.
Todas esas chicas que me pedían que las sacara a bailar seguían diciendo que era demasiado serio. Demasiado aburrido.

Evidentemente, nunca hablé nada de esto con nadie.

Soy un hombre, los hombres no se afligen por estas gilipolleces.

Mi padre me arrastraría de los tobillos subido a un caballo si pudiera leer mis pensamientos.

La iglesia está a rebosar. Nos situamos en los bancos centrales de la izquierda, hay un corrillo enorme justo a nuestra derecha. La gente ríe y está más alborotada de lo normal.
Las amigas de mamá no han parado de hablar en todo este rato, y para cuando mi hermano y su esposa llegan a nuestro lado todo el ruido empieza a ser agobiante.
Y la misa aún no ha empezado.
De cojones.

El corrillo empieza a dispersarse, familias y familias se sientan en los viejos bancos de madera y el silencio va haciendo acto de presencia.
Leah nos llama la atención a mi madre y a mí, diciendo algo sobre un matrimonio extranjero que ha llegado a la ciudad. Mamá le pregunta algo, pero todo se me queda en blanco.
El mundo entero sufre un parón cuando la veo.

Es preciosa.

Es jodidamente preciosa.

Tanto que parece un puñetero ángel.

El pelo castaño le cae en grandes ondas por debajo de los hombros, sus ojos oscuros y enormes miran con curiosidad la misma iglesia en la que me he criado, una sonrisa amable cruza por su cara cuando la vieja Becky le dice algo señalando al altar y, joder, nunca me he sentido tan celoso. Quiero esa sonrisa para mí. Esos ojos fijos en mí.

Un vestido blanco, lleno de pequeñas flores en tonos azules, cubre un cuerpo que parece hecho para el pecado. Delgado pero con unas curvas en las que me encantaría estrellarme, no tiene mucho pecho pero me muero por llevarme esas tetas a la boca.

Y pensar que estoy en la casa de Dios.

La observo sentarse como un depredador vigila a su presa, y solo porque mi hermano tira de mi hombro hacia abajo, me percato de que el cura se acerca a la Biblia.

No le quito ojo de encima durante la misa. Soy incapaz de atender a nada que no sea ella. Es como si desprendiera luz.
A veces se remueve ligeramente, pero es tan dulce que cada movimiento lo hace con gracia.

Tengo que saber quién es. Su nombre. Su apellido. Necesito escuchar su voz. Por Dios, su voz diciendo mi nombre es algo por lo que podría morir. Sobretodo si la tengo entre mis sábanas y el sonido apenas es un susurro.
Y yo creía que las mujeres de la noche habían hecho despertar mis ganas de sexo. Iluso. Tengo la polla tan dura que es hasta doloroso, y ni siquiera he hablado con ella.
Aunque eso va a cambiar rápido. En cuanto el cura diga Amén, iré hacia ella.

Mil Razones (Henry Cavill)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora