Emma
Cuidaba de mí cada segundo del día. Incluso cuando no estaba a mi lado, incluso cuando pensaba que ocultaba bien las cosas. Era tan atento que me asustaba un poco. Si descubría cómo eran realmente las cosas, ¿seguiría ahí? ¿Se marcharía cuando mis fallos y defectos empezaran a salir a la luz? La parte más optimista de mí gritaba que no. Que ese brillo genuino de sus ojos al mirarme no era algo que pudiera apagarse así como así.Pero ese lugar oscuro en el fondo de mi corazón, esa voz, que tanto se parecía a la de mi madre, se imaginaba los peores escenarios posibles. El repudio. El dolor. La humillación. El rechazo. A veces me encantaría poder salir de mi cabeza.
Pero luego llegaba a recogerme, escuchaba el sonido de su camioneta o el de sus botas sobre la madera del porche, y me sentía como un girasol que ve la luz después de una noche sin luna.
Y esa voz alegre, que me recordaba a la persona que alguna vez fui, gritaba que estaba aquí por mí. Que no había pasado ni una sola tarde sin aparecer por mi casa. A veces para llevarme a algún sitio, otras simplemente con alguna excusa.
Durante toda la semana siguió cuidándome. Había intuido que algo había pasado entre mis padres y yo, y no estaba dispuesto a dejar que volviera a pasar.
Aquella noche, cuando recé porque viniera a rescatarme, no pensé que realmente fuera a hacerlo pero ahí estaba. Sentado en una de las sillas del patio de casa, con esa camisa blanca que tanto me gustaba, hablando con mi padre sobre el trigo. Intentaba concentrarme en bordar pero su voz ronca me hacía arder.
Y su tono era tan distinto a cuando hablaba conmigo. Era muy arisco con prácticamente todo el mundo, contestaba lo justo y necesario. No hablaba más de lo prudente. Pero cuando estábamos a solas me hablaba de absolutamente todo.
Conforme más divagaba mi padre, y más se notaba que era completamente distinto conmigo, más presión se acumulaba en mi bajo vientre.
Lo sentía. Mi bragas estaban húmedas, aunque no tanto como el día en que me llevó a aquel prado y me sentó entre sus piernas toda la tarde. Su olor era como el aire que necesitaba para respirar. Su mano, firme en mi cintura, y su pulgar trazando pequeñas caricias arriba y abajo.
Crucé una pierna por la otra, intentando que el cambio de postura me refrescara un poco. Pero mi falda se abrió hasta el muslo y su mirada, como la de un lobo acechando a su presa, casi me hace cometer una locura.
No te abalances sobre él delante de tu padre.
Me había mirado así en varias ocasiones y conforme más pasaban los días más grande era la necesidad de que sus manos ásperas tocaran mi piel.
-Emma traenos algo fresco para tomar. -La voz de mi padre me enfrió de golpe. Me levanté sin hacer ruido del pequeño banco del porche, y cuando volví el semblante de Henry estaba más serio. A saber que le habría dicho mi padre. Aquello me molestó.
Unos minutos después nos dejó solos. El local estaba dando más trabajo de la cuenta, una fuga de algo según había escuchado. A mí no me contaban nada.
Henry suspiró, se quitó el sombrero y pasó la mano por su precioso pelo negro. Sus bíceps hicieron algo increíble cuando hizo ese movimiento. No perdí ni un segundo en acercarme a él. Y su sonrisa apareció.
Yo desee que me besara.
-¿Sabes? Este sábado hay una fiesta. -Su mano subió acariciando mi brazo. -Música, baile, mucho alcohol... ¿te gustaría venir conmigo?
-¿Sabes bailar?
-Soy la persona con menos talento en esta tierra para eso. -Se me escapó una risita. -Si estás dispuesta a aguantar a este torpe vaquero, ven conmigo. Sino, me quedaré en casa echándote de menos.
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Mil Razones (Henry Cavill)
FanfictionKentucky, 1947 Un vaquero con muy malas pulgas. Una extranjera que solo busca su lugar. Las sonrisas más dulces son las que esconden los secretos más oscuros. - Dual POV - Él se enamora primero - Spicy - Cowboy - ¿Quién te ha hecho eso? - Age gap...