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Policías y respuestas

Nos encontrábamos en una estación de policía situada en una calle de doble sentido en el sur de la ciudad, cerca de la refinería local. La fachada se distingue por su predominante color verde Nilo, realzado con toques de verde tenis en detalles como las molduras de las ventanas, los marcos de las puertas y el friso que adorna la parte superior del edificio.

La entrada principal tiene una puerta metálica de doble hoja y un arco semicircular. A ambos lados, dos ventanas simétricas con rejas permiten la entrada de luz natural.

Con orgullo, la bandera nacional ondea en la entrada principal, sus colores rojo y blanco, evocando el sueño del libertador, quien imaginó aves de esos mismos colores bajo la copa de una palmera.

Historia rara, lo sé.

Justo debajo de la bandera, en lo alto de la entrada, un letrero con el escudo nacional y letras que indican el nombre del lugar capta la atención de los ciudadanos que pasan cerca.

Afuera, en la acera, se encuentran estacionadas dos motocicletas policiales, listas para la acción.

Yo también quiero una.

Pero soy pobre, santa no existe y pues... nada.

Cuando trabaje, me compre una. Aunque dudo hacerlo, porque solo pensaré en deudas, estrés, problemas de pareja y mocosos malcriados que no podre devolver porque serán mis hijos.

—¿En serio haremos esto? —pregunte a Camila, quien no dejaba de verse en el espejo de su set de polvo de maquillaje, para lucir en lo que ella dice "seductora e impactante"

—¿Tienes un mejor plan? —no dije nada. —Yo me encargo de los policías, iré con el grupo de novatos mientras tú entras por las grabaciones.

—Suena fácil cuando lo dices. —respondí de mala gana.

—Perfecto, entonces tú ponte falda y maquillaje y seduce a los oficiales. Debes ser maestro en el arte de la seducción...

—Cállate y ve a hacer lo tuyo. —empuje a Camila para que se fuera mientras yo me dirigía a la parte trasera de la comisaria.

La parte trasera está cercada por una alta reja de metal oxidado, donde se encuentran varios vehículos policiales. Algunos patrulleros, con sus colores desgastados y parabrisas algo sucios por la falta de uso, comparten espacio con una moto descompuesta, su asiento roto y parabrisas agrietado, apoyada contra la pared mientras los rayos del sol desgastan aún más su base de pintura.

En un rincón de la estación, un grupo de policías conversa en voz baja, tomándose un breve descanso. Algunos charlan con sus compañeros mientras otros revisan sus teléfonos móviles. Uno de los oficiales abre la alta reja para salir y hablar por teléfono, alejándose de la estación y dejando la puerta abierta, mientras el resto recibe una llamada de su superior y regresan a la estación, dejándome el camino libre.

Caminé con total tranquilidad hacia la puerta abierta, fingiendo mirar mi teléfono mientras observaba de reojo al oficial que aún hablaba por teléfono. Su expresión denotaba una pelea con su esposa, mostrando desesperación e impaciencia.

Básicamente, su rostro gritaba: «¿En qué infierno me metí con esta mujer?».

Al entrar en la comisaría, me encuentro con un amplio mostrador de madera y vidrio que divide la sala principal en dos secciones. Delante del mostrador, hay una fila de sillas de metal organizadas en hileras, destinadas a los ciudadanos que esperan ser atendidos. Las paredes lucen un tono beige claro, adornadas con algunos carteles informativos, fotografías relacionadas con la labor policial y señales de seguridad.

CUNEX - DEVORADORES DEL DOLOR.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora