10

48 4 21
                                    

Desierto

—¿Por qué su sorpresa? —pregunto Barq.

Ninguno de los dos dijimos algo. Solo empezamos a retroceder lentamente y corrimos, preocupados por nuestras vidas.

Estúpido lo sé.

De nada sirvió porque el extraño se teletransportó delante de nosotros y nos dio una descarga eléctrica que nos lanzó lejos a ambos.

—¿Pueden dejar de comportarse como niños? —pregunto irritado el hombre que ahora solo tenía un pantalón largo, porque su camiseta había desaparecido durante el proceso de teletransportación.

—¿Qué quieres con nosotros? ¿Por qué...?

—No podemos hablar aquí, los llevaré a mi casa. —exclamo el hombre empezando a caminar, sin girar, a ver si lo seguíamos o no.

Camila y yo nos miramos entre nosotros. Ella tenía la típica mirada de "si tú vas yo voy" mientras que mi mirada era "ese tipo es un secuestrador y no pienso ir a su casa".

—Sigan perdiendo el tiempo y una hiena se los tragará vivos o si tienen suerte puede que la cobra real que tienen al lado lo haga primero. —advirtió el hombre, que seguía caminando sin mirar atrás.

—No creo que haya... —mis palabras quedaron al aire cuando la serpiente por arte de magia apareció haciendo que Camila grite y corra despavorida dejándome atrás. —¡¿Qué paso con morir juntos?! ¡Mentirosa!

—¡Prefiero morir electrocutada en vez de que una serpiente lo haga! —grito desde lo lejos.

Ahora y sé por qué estoy solo. No confió en las mujeres.

Su cuerpo escamoso brillaba con los colores del desierto: marrón, ocre y negro. Su cabeza triangular, adornada con dos ojos penetrantes como zafiros, se balanceaba de un lado a otro, evaluándome.

El tiempo se congeló. Un sudor frío recorrió mi espalda. Mis músculos se tensaron, listos para huir. Pero algo me impedía moverme. Era la mirada de la serpiente, una mezcla de curiosidad y advertencia.

No sabía qué hacer, en mi mente, solo había ideas estúpidas como desear tener una flauta porque al igual que en los dibujos animados, ellas quedan hipnotizadas con la música.

Bueno eso creo.

Permanecimos así, en un tenso equilibrio, durante lo que me parecieron una eternidad. Finalmente, la cobra real decidió que no era una amenaza. Con un movimiento fluido, giró sobre sí misma y se deslizó entre las dunas, desapareciendo.

Gracias a Dios, vivo aún.

Al dar la vuelta, observé con un golpe de pánico que Camila y Barq ya se habían alejado considerablemente. Me encontraba solo en medio del desierto, a merced de un destino cruel. Sin pensarlo dos veces, eché a correr tras ellos.

El sol, como un látigo incandescente, azotaba mi piel desnuda, pues como recuerdan ya no tengo mi camiseta, la perdí en el incendio y ya saben qué paso en la guarida.

Lo único que me protege ahora es mi pantalón, que se adhiere a mi hermoso y precioso cuerpo empapado en sudor y mis zapatillas que están a punto de romperse.

Observación: Llevar siempre una camiseta y zapatillas de repuesto.

El calor era insoportable, una tortura constante que amenazaba con convertirme en un trozo andante de carne frita.

Seguro me debería ver suculento siendo eso.

Cada paso era una agonía, un esfuerzo por avanzar en la arena caliente que se tragaba mis zapatillas y que ingresaba por las pequeñas grietas que estas ya tenían, causándome más molestia al caminar. Mis pulmones ardían como si respirara y escupiera fuego, tal cual un dragón, mientras que mi garganta era un desierto reseco.

CUNEX - DEVORADORES DEL DOLOR.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora