¡Hola, mamá!
(Camila)
—¡Mira! —ordenó Jonathan a Rayd. —Esto es lo que pasa cuando los fuertes protegen a los débiles. ¡Eres un bueno para nada! ¡No significas nada, fuiste un desperdicio por el cual Barq se sacrificó!
Intenté ayudarlo, pero no pude. No podía concentrarme para lanzar algún ataque, porque el miedo y la pérdida de Barq me habían dejado en estado de shock.
—¿Creíste tener un final feliz? ¿Pensaste que el ser un sangre pura era lo mejor que tenías? —Rayden intentó golpearlo para que él se calle, pero no logró nada. —Eres un bueno para nada, inmaduro y débil, siempre has necesitado ser salvado...
Me cansé. Concentré mi último rastro de poder en una esfera de energía eléctrica que logró impactar contra el rostro de Jonathan, dándome el tiempo suficiente para correr hasta Rayd, pero una extraña brisa de viento helado me paralizó.
Frente a mí estaba ella, Enma. Sus ojos eran de un morado brillante, con una mezcla de verde en el interior, su mano ahora esquelética y envuelta en una llama del mismo color de sus ojos.
—Dulces sueños, lombriz. —exclamó la maldita que atravesó mi abdomen con facilidad.
Antes de comprender lo que había sucedido, vi cómo Rayd decapitó a Enma con un rápido movimiento de sus garras. Su cuerpo había cambiado, adoptando su forma monstruosa en un intento desesperado por resistir las heridas que lo consumían, pero fue inútil. El cuerpo decapitado se desintegró en una masa de arena, que al caer al suelo comenzó a girar violentamente a nuestro alrededor con la fuerza de un tornado. La arena se sentía como si nos estuviera devorando lentamente, cada grano se adhería a nuestra piel, haciéndonos perder fuerzas iguales a como unas malditas sanguijuelas.
Ambos hermanos no tardaron en aparecer. Jonathan, en un movimiento rápido, lanzó un arma parecida a un tridente hecha de energía verde hacia mi dirección. El destello verde del arma atravesó el aire, pero antes de que pudiera reaccionar, Rayd se interpuso, recibiendo el impacto. Un grito desgarrador brotó de su garganta cuando el tridente se clavó en su pecho, forzándolo a volver a su forma humana.
El arma, ahora incrustada en su torso, emitía un brillo intermitente mientras ondas eléctricas sacudían su cuerpo. Intenté desesperadamente retirar el tridente, pero al tocarlo, una descarga me lanzó violentamente hacia atrás, dejándome aturdida.
Con horror, vi cómo el tridente empezaba a moverse por sí mismo, hundiéndose aún más en el pecho de Rayd. El brillo se intensificaba, y de pronto me di cuenta: estaba extrayendo el núcleo vital de Rayd. Si lo lograba, sería su fin.
Cuando parecía que todo estaba perdido, el fénix irrumpió en la escena, surcando el aire como una flecha en llamas. Con un potente impacto, embistió a Jonathan, lanzándolo contra las dunas, mientras Enma, sorprendida, era arrastrada lejos por la onda de choque. En ese momento, el ángel de fuego apareció a mi lado. Sin decir una palabra, me levantó en sus brazos con una fuerza suave pero imparable.
Con su ayuda, logré aferrar el tridente con ambas manos. Esta vez, no hubo descarga. Sentí cómo el arma cedía, y con un último tirón desesperado, lo retiré del cuerpo de Rayd, antes de que el núcleo pudiera ser arrancado por completo.
—¡Huyan! —exclamó la entidad angelical abriendo un portal de color rojo envuelto en llamas que parecían tener vida, no pude pensar, solo actúe por impulso tomando a Rayden y atravesando el portal rápido mientras escuchaba las amenazas de Jonathan.
Del otro lado, el aire se volvió denso y cálido, ya no era la mezcla de humo y cenizas que respiramos antes. Para nuestra sorpresa el portal nos había dejado en lo que parecía ser un desierto. La arena aún retenía el calor abrasador del día, quemando mis pies a través de mi calzado. A lo lejos, la silueta de las dunas se alzaba como montañas silenciosas, desafiantes.
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CUNEX - DEVORADORES DEL DOLOR.
General Fiction¿Quiénes se alimentan de tus miedos?¿Quiénes se alimentan de tu dolor? ¿Quién provoca las pesadillas que te aterran cada noche? ¿Quiénes son los que no dejan que tus miedos se vayan y se hagan mas fuertes? Nosotros somos los culpables. Los hijos nac...