Capítulo 32

2 0 0
                                    

Olgierd se sentía muy extraño. No había derramado ni una sola lágrima desde el funeral de su hermano. Todavía lo buscaba con la mirada al salir de la tienda y las tabernas estaban vacías sin él. Pero no sentía tristeza, sino un enorme agujero en medio del pecho.

En ocasiones, sus manos se quedaban frías como las de un cadáver. A veces su pulso se detenía y él dejaba de respirar. Sin embargo, entonces estaba más vivo que nunca. Podía correr y tenía más fuerza que en toda su vida. Las preocupaciones se quedaban atrás y solo podía pensar en lo que tenía delante. Ese extraño efecto duraba apenas unos minutos para devolver la pena con mucha más fuerza que antes.

Habían pasado ya dos días desde que le latió por última vez el corazón. Sus manos no recuperaban el calor aunque las pusiera sobre la hoguera. Y estaba empezando a olvidar. Recibió una carta de Úrsula von Everec y le costó unos segundos recordar el rostro de su hermana en Skellige. Ya no la echaba de menos, tampoco a Vlodimir. Solo estaba él en mundo, en medio de la guerra y ni siquiera los cadáveres a sus pies le hacían estremecerse.

Olgierd no sabía decir si esa sensación le gustaba o no. Realmente, le daba igual, aunque en sus momentos de lucidez se daba asco a sí mismo. Eve, tenía que volver con ella y contarle lo que había sucedido. Apenas leyó su carta antes de escribirle unas palabras sobre lo que había sucedido. Sabía que ella lamentaría más la muerte de su hermano y Vlodimir merecía al menos a alguien que le llorase.

Salió de su tienda para enviar la carta antes de que cayera la noche. Tardaría al menos dos días en llegar a Skellige y Vlodimir llevaba dos semanas bajo tierra. Eve iba a matarlo.

¿Pero qué más daba? Él era su hermano mayor, podía ordenarle lo que quisiera. Que dejase la universidad, que se casase... Ya no le importaban sus sentimientos.

Corrió antes de que el cartero se marchase y le metió un último papel en su jubón. Zarektha lo miró con curiosidad. Olgierd lo ignoró antes de darse la vuelta.

—Llevabas mucho tiempo sin escribir a tu familia —dijo el atamán. Olgierd se encogió de hombros. —Es difícil enviar malas noticias.

—Es algo que debía hacerse y está hecho.

Olgierd comenzó a caminar hacia su tienda y el atamán lo siguió. Su presencia no le molestaba, pero tampoco tenía ganas de hablar con nadie. Ante él solo estaba la siguiente parada.

—La guerra se está alargando...

—La Compañía puede marcharse cuando quiera, ¿no? —respondió Olgierd.

—Cuando nos dejen de pagar y parece que no será pronto. ¿Tienes a alguien que te espere en casa? —Olgierd recordó su vieja mansión ocupada por otros, sus cosechas marchitas y las intrigas de los nobles.

—No.

—¿Una esposa?

—No —respondió Olgierd—. Estaba prometido, pero ya no.

—Eso creía haber oído, mi buen amigo. Eres un hombre valeroso y yo recompenso a quienes me ayudan.

—No quiero volver —masculló Olgierd. Zarektha se detuvo de la sorpresa. Le cogió el brazo para que no siguiera caminando.

—Nadie viene a la guerra a morir. A unos los obligan, otros quieren honor y otros quieren fortuna.

—Gracias por tu ayuda, pero no la necesito. La Compañía está bien.

—Somos una familia para los que no la tienen.

—No ansío recuperar la mía. Mi hermana está bien y mi antigua prometida ya no ocupa un lugar en mi memoria.

Tormentas de Skellige (The Witcher 3)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora