XIV

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"El amor no debe pedir —dijo—, ni tampoco exigir. Ha de tener la fuerza de encontrar en sí mismo la certeza."
—Hermann Hesse.


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3 años antes.

A toda velocidad, derecho y sin distracciones. Cuando se tiene 11 años y un scooter la libertad se vuelve realidad. El viento se convierte en tu mejor amigo y la alameda el paraíso en tierra.  Las vacaciones habían llegado y los árboles se pigmentaban, irradiaban en verde y amarillo. Todas las niñas sueñan con un scooter, sueñan con jugar, sueñan y sueñan sin parar.

Sin manos o sujetándose de ambas, de espaldas y sentada, mil maneras de disfrutarse. El calor agobiaba pero solo hasta que se quedaba quieta. Frente a la fuente hay una tienda de conveniencia, compra apósitos para las ampollas de las manos y un helado de melón. Se sienta sobre su compañero de aventuras, disfruta la poca brisa y el sonido blanco del alejado tráfico que se mezcla con el canto de los pájaros. La armonía se quiebra, como si se tratara de una fina hoja de papel. Primero un grito y luego...

—¡DUELE, DUELE MUCHO!

Sin pensarlo demasiado, Minji se acerca al coro de lamentos que el arbusto detrás de la fuente emite. Con un ligero temor e inundada de curiosidad. Detrás de las hojas del pieris solo hay un niño, un niño no tan niño que llora y se sujeta el tobillo.

—Hola. —lamentos y lloriqueos— ¿Estás bien?
—No —exclama de inmediato el chico en el suelo, permanece hecho un ovillo y no abre los ojos, Minji adjudica eso al dolor que siente— ¡Me duele mucho! ¡Mi papá va a matarme!
—No te preocupes, iré por hielo. —corre y se frena, regresa al niño no tan niño que empezó a balbucear como un bebé— Ya no tengo dinero, ¿no tendrás un poco?
—En mi mochila —suelta casi en un suspiro.—Por fuera dice Linkin Park.

Sale a su búsqueda, la encuentra, dentro hay un cuaderno, goma de mascar, flores marchitas, que parecen recién cortadas, y unos cuantos billetes sueltos. Toma un par y se dirige nuevamente a la tienda, esta vez con prisa, se detiene justo antes de tropezar con un skate. Es del niño, piensa. Al entrar le pregunta al chico en el mostrador:

—¿Cómo se cura un tobillo roto?

El chico se saca los audífonos, la música escapa apenas tiene oportunidad. La mira fijamente y se levanta para verle los pies.

—No parece roto.
—No es para mí, es para un niño.
—Dile a su mamá entonces.
—No, no viene con su mamá. Se cayó de un skate.

La mira otro tanto, mientras Minji se empieza a impacientar.

—¿Lo sostiene?
—¿El tobillo? —pregunta, el chico asiente —Pues si y con las dos manos.
—Necesita hielo y pomada. La pomada está en el segundo pasillo. Del último refrigerador, toma una de las bebidas de atrás, de las que no tienen alcohol. —señala severamente con el dedo a Minji— Están congeladas. Toma una.

Va y toma lo indicado, agradece cuando se acerca a pagar y sale en busca del niño. Sigue llorando y sigue diciendo cosas sin sentido.

—Hay que ponerte pomada.

Sin esperar su permiso se acerca y aplica un poco, el niño se queja pero no interrumpe. Después de unos minutos el músculo se anestesia, enseguida siente frío. Mira hacia la zona afectada y ve una lata de Coca-cola, nota que está helada por el velo de hielo que cubre el aluminio, sisea cuando el frío se le contagia.

My boy.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora