Capítulo 2 ⌛

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Capítulo 2
Fantasear y otras formas de (sobre)vivir

Canción:
When Emma Falls in love
(Taylor's Version)
Taylor Swift

La hora perfecta es la relojería familiar que hay en la parte delantera de la casa de Fanny

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La hora perfecta es la relojería familiar que hay en la parte delantera de la casa de Fanny. Su bisabuelo la fundó en 1923 y es lo más cercano a un edificio histórico que hay en la ciudad.

Por fuera, bajo los toldos de franjas verdes y blancas, se extienden vidrieras que muestran tantos tipos de relojes que cuando la luz llega aquí dentro lo hace en decenas de rayos disparejos que iluminan parcialmente el lugar. A medida que atardece se trasladan de un sitio a otro, como un reflector que sigue con pereza al artista hasta que cae el telón.

Mientras subo a la escalera para limpiar la parte superior de un reloj de pie inglés, el sol me acaricia el rostro y saludo a los pequeños ácaros que flotan a mi alrededor. El aroma a madera y limón, la sinfonía incesante de los tic-tacs y el suave ronroneo de Huevo sobre la antigua caja registradora convierten este en mi lugar favorito.

Ojalá pudiera quedarme aquí, pero el tiempo es algo contradictorio. Cuando quieres que pase rápido, un segundo se convierte en una eternidad; cuando quieres que se detenga, las horas desaparecen en un parpadeo.

El tintineo de la campanilla anuncia la llegada de un cliente. Murmuro un «hola» por lo bajo, sin voltearme, pero las palabras son ahogadas por el quejido del señor Shapiro en la parte trasera de la tienda:

—¡Ya voy!

Los pisos de madera crujen mientras arrastra sus pantuflas. A pesar de la insistencia de su hija y su nieta, se niega a usar zapatos hasta para ir al supermercado.

El abuelo se toma su tiempo y me sorprende no oír al cliente saludar e intentar sacar tema de conversación como lo hace la mayoría, pero en el fondo se lo agradezco. Me pone incómoda ver a las personas a la cara, sobre todo porque tienden a querer mirarte a los ojos.

Sin embargo, cuando paso el trapo por la esfera del reloj me encuentro que refleja mi rostro y algo más: a mis espaldas, atrapado entre las manecillas, hay un chico parado en medio de la relojería. Con el mentón levantado y las manos en los bolsillos delanteros de sus jeans.

Mirándome.

Es como si me anestesiaran de golpe. La mano hecha un puño en la que sostengo el trapo se relaja y casi se resbala de mis dedos. Mis rodillas se aflojan y ya no confío en ellas para sostenerme de pie sobre la escalera. Mi pecho se infla en una respiración honda y el aire se carga con una especie de electricidad inofensiva, del tipo que te hace cosquillas.

Cada parte de mi cuerpo hormiguea.

—¿Qué puedo hacer por ti, jovenci...? —empieza el señor Shapiro—. Carajo, ¿qué te hizo ese pobre reloj para que lo trates así?

El amor que detuvo todos los relojesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora