Afuera, bajo el sol a plomo que le calcinaba, el muchacho seguía con vida.
En esas latitudes no sería un problema con la alforja de su caballo llena de comida y agua, pero abandonado a su suerte en un paraje desconocido, con tanto dolor como para nublar su vista, el astro en el cenit era un sufrimiento adicional que magnificaba su tormento.
La soledad era abrumadora. No se atrevía a pensar cuántas horas pasarían antes de que se notara la ausencia del príncipe y salieran a buscarlo. Esa mañana se alejó demasiado. Estaba cerca de la frontera norte.
¿A alguien se le ocurriría buscar en esa zona? ¿Y si llegaban demasiado tarde? Sus heridas eran graves. Si moría, ¿Qué sería de su padre?
El rey era viejo, tal vez no tuviera la fuerza suficiente para engendrar a otro heredero ni la suficiente vida para convertir a un niño en un hombre capaz de conducir el Reino. Esos pensamientos terribles le sacaron del letargo y la debilidad.
Tenía que vivir.
Lo primero era encontrar sombra, agua y dejar de sangrar.
Si la decisión le hubiera llevado hacia los árboles que de hecho, estaban más cerca, todo pudo terminar en una historia diferente; la muerte en un par de horas desangrado o devorado por algún depredador del bosque.En cambio, su estrella le guió a la entrada de una cueva.
Se arrastró con enorme agonía; el esfuerzo fue titánico y respirar era cada vez más difícil.
Al llegar y mirar atrás, le alarmó la cantidad de sangre que dejó tras de sí. ¿Y si atraía a un animal salvaje?
Con el lazo que llevaba al cuello se ató el muslo con fuerza. Eso fue doloroso, pero yacer bajo la sombra lo hizo sentir mejor, tanto, que cedió a la tentación de dormir.
El cansancio le impuso un sueño turbulento: imágenes de reyes asesinados, reinos conquistados, ojos rojos y labios ensangrentados perturbaron el reposo de su cuerpo agotado. La fiebre le acometió mientras dormía.El ferroso olor de la sangre llegó muy lejos, alertando a los depredadores. Pero a esa gruta en especial ni ave ni bestia se acercaba por miedo del monstruo que, seducido por el aroma, abrió los ojos en la profunda oscuridad; brillantes carbones negros, encendidos al momento. Su mirada brilló salvaje; el olor a sangre lo ponía en alerta, listo para atacar.
¡Sangre!
Como todos los de su raza, transmutó su forma de hombre y desapareció. En donde estuvo su cuerpo, una densa nube de humo negro, intangible y etéreo, se puso en movimiento y recorrió kilómetros en pocos minutos.
Un regalo a las puertas de su hogar.
Descubrió al hermoso muchacho desmayado, sangrando un poco y temblando por la fiebre.
Se inclinó sobre las heridas para observar las heridas; eran graves.
Lo mejor que puedo hacer es terminar con tu sufrimiento, pequeño. Sería lo más compasivo, pensó. Lo que deseaba más que nada en el mundo, era beber su sangre hasta la última gota. Durante la noche dejaría el cuerpo a las fieras.
Se inclinó a lamer la herida más aparatosa y el sabor le hizo gemir de placer. Entonces desgarró la tela que aún cubría la pierna y a través de la piel y el músculo cercano a la ingle y detectó el latido.
Aún era fuerte.
Después de todo, el muchacho no perdió tanta sangre como pensó en un principio. Además, era un hombre joven, en plenitud de vida y fuerza.
¡Mucha sangre para beber!
Sus colmillos brotaron con el casi olvidado dolorcillo en las encías y mordió sobre la vena, rio por el efecto en el pobre muchacho.
Tantos años pasaron desde la última vez, que no recordaba que, en los varones humanos, la primera mordida excitada su virilidad.
Tal vez por instinto, la sangre trataba de huir y preservarse del depredador en el último rincón posible. O tal vez era el placer de ser mordido.
Al primer sorbo gimió otra vez. Mucho tiempo pasó desde la última vez que bebió sangre humana. Arrancó todo el pantalón y con lujuria, dejó que su sed de sangre le dominara por completo. Separó las piernas del muchacho y pegó la boca a la piel que era tan tersa como exquisita era la sangre, bebió a grandes sorbos sin pensar en detenerse.
El chico gimió y abrió los ojos, la fiebre le hacía temblar.
¿Por qué sentía unos labios suaves entre las piernas? ¿La fiebre le provocaba visiones?
Su virilidad tensa era extraña. La situación en la que se encontraba no era incitante y la bruma de sueños rojos y negros, tan perturbadora, mucho menos. El letargo se disipaba despacio.
Abrió los ojos y vio a un hombre algo mayor que él, de cabello largo y negro, cubriendo con su melena lo que hacía entre sus piernas.
Eran sus labios los que sentía cerca de su hombría, la debilidad hacía que pensar fuera difícil, que moverse fuera casi imposible.
Por un instante pensó que el extraño le sorbía la vida.Sonrió de lado y extendió los dedos esperando que la imagen se disipara, en cambio, sintió las hebras de cabello fino y el extraño se retiró con rapidez hasta la pared contraria, jadeando, con rostro de sorpresa y los labios chorreando sangre.
El príncipe azorado, descubrió que los colmillos del hombre eran demasiado largos.
¡Era un demonio! Uno que le encontró herido. Sabía que su suerte estaba echada.
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Anhelos
VampirePrometido en matrimonio con una conveniente princesa, el príncipe Johan cumplirá su obligación como heredero al trono de Mineasia y se casará con ella sin amarla en lo absoluto. Un anhelo sin nombre le hace desdichado, pero siendo el deseo de su pa...