Un grato aroma despertó al muchacho; era carne asada sobre brasas.
Abrió los ojos y a su lado encontró una porción más que generosa de carne y un cuenco rebosante de bayas rojas, así como una abollada taza de latón llena de agua fresca.
Estaba muy débil, pero extendió la mano y tomó la carne aún caliente, se la llevó a la boca con cuidado.
¡Estaba deliciosa! Tierna y jugosa, tanto, que parecía deshacerse al morderla. Apuró la cena hasta acabar con ella. Las bayas eran dulces y jugosas y el agua refrescante con cierto sabor terroso.
Sonrió satisfecho y el sueño lo reclamó de inmediato.
Eso ocurrió día tras día, despertaba y encontraba una sencilla pero abundante comida; carne en cantidad suficiente y de la mejor clase, frutos o hierbas aromáticas y sabrosas, agua fresca, un par de veces tuvo un cuenco con leche espesa y aún tibia.
Volvía a dormir tan pronto terminaba, rodeado de la casi absoluta oscuridad. La ínfima cantidad luz disponible se colaba por una grieta en el techo, del otro lado de la caverna. Era apenas suficiente para distinguir formas durante el día o en las noches de plenilunio.
Después de pocos días, notó que lograba mantenerse despierto por breves periodos.
No sabía cuánto tiempo llevaba en ese lugar, la oscuridad apenas variaba, no había modo de contar el tiempo.
Dormía sin parar. Tal vez fuera la necesidad de recuperarse o algo de lo que comía o bebía.
Al pasar los dedos por su pierna, inmóvil y rígida entre las ramas que hacían de cabestrillo, atadas con fuerza, comprobó que el emplasto de hierbas sobre las heridas era reciente, estaba suave y húmedo. Alguien lo cambio no mucho tiempo atrás.
No podía ver el estado de la herida, pero al hurgar entre las curaciones pudo sentir piel cicatrizada. Al mover la pierna apenas sintió un leve dolor.
Parecía sanar bien y era evidente que mucho tiempo pasó desde la caída.
Cansado, pero algo más alerta, prestó atención a los detalles de su entorno; descansaba sobre pieles suaves, tal vez de cibelina. Otras similares le mantenían cómodo y caliente. Estaba solo.
Recordó cómo llegó a ese lugar, el terrible dolor de las curaciones y destellos de consciencia entre periodos de sueño plácido donde su consciencia vagaba en la más negra oscuridad.
De repente sintió una presencia, su corazón latió de prisa, los pasos se acercaban.
El demonio entró sosteniendo una lámpara de aceite en una mano y un plato de comida en la otra, le miró sin interés, dejó caer en el plato que estaba a su lado la mitad de lo que traía consigo, suficiente carne como para saciar el hambre de todo el día de un hombre en los trabajos de campo. Un buen montón de pequeños frutos rojos que con los días, se volvieron sus favoritos. Llenó su taza abollada con agua, de fuerte sabor y que saciaba la sed como no lo hacía el mejor vino del mundo y se alejó de inmediato.
En la oquedad que le servía de lecho se recostó a comer, mirando al príncipe. En silencio absoluto.
El príncipe probó la carne, era algún tipo de ave, asada sobre brasas hasta quedar apenas tostada, suculenta y jugosa, tenía un ligero sabor amargo, un gusto conocido que empezaba a asociar al demonio.
La devoró con apetito y se endulzó el paladar con la madurez de los frutos, bebió toda el agua y dio las gracias.El vampiro no respondió, le miraba, comiendo con tranquilidad. Al terminar, su cuerpo se hizo difuso, un borrón nebuloso que desapareció.
El príncipe le buscó, asustado y le vio inclinado sobre el río, bebiendo directo del caudal, observó cómo se sacaba la ropa harapienta y entraba en el agua, para lavarse.
Diez metros arriba, Johan se sintió incómodo.
La luz de la luna que se filtraba por el techo de la inmensa gruta, iluminaba sus formas hermosas, era el cuerpo más bello, rival digno del mármol que los artistas convertían en dioses.Su respiración se tornó difícil pero no podía apartar la vista de la parte que le hacía varón, grande y poderosa, gruesa como un brazo y cuando se dio cuenta de lo que pensaba, cerró los ojos y comenzó a rezar.
¡Era la maldición! ¡El poder del demonio! ¡Incubo!
Imploró porque un ángel le salvara de las sombras que lo amenazaban de modo tan terrible.
Abrió los ojos y gritó aterrorizado, el demonio estaba frente a él, desnudo como el diablo le parió, apuntando su firmeza al rostro del príncipe.
La boca se le secó. Su alma poseída ya por el mal no pudo resistir el deseo.
El demonio se evaporó otra vez y al instante ocupaba el espacio sobre su cuerpo tendido, con una mano en su hombro y otra en su cabello, clavando esos colmillos en su cuello.
Sintió un dolor agudo que desapareció de inmediato y escuchó al demonio succionando entre gemidos de placer.
El muchacho se entregó sin pensar más en el pecado, se quejó por el breve dolor y más por el intenso fuego recorriendo su cuerpo entero, un calor nacía entre sus piernas intensificado por la virilidad del demonio, enterrada entre sus muslos separados, inútiles trozos de pantalón desgarrado eran lo único que impedían el contacto directo. No era algo conocido.
Se dio permiso de tocar; tímido en un principio y urgente después.
La espalda del enorme demonio que pesaba lo justo y que pegado a su cuello, volvió a gemir, estaba húmeda y fría.
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Anhelos
VampirePrometido en matrimonio con una conveniente princesa, el príncipe Johan cumplirá su obligación como heredero al trono de Mineasia y se casará con ella sin amarla en lo absoluto. Un anhelo sin nombre le hace desdichado, pero siendo el deseo de su pa...