En el palacio perdían la esperanza. Nadie esperaba volver a ver al heredero al trono. Por semanas buscaron sin encontrar algo que les permitiera saber qué terrible tragedia ocurrió al príncipe Johan.
La tierra se lo tragó.
Tres meses después de que el príncipe desapareciera, el rey enfermó de gravedad, sus médicos no dieron esperanzas y todos esperaban el triste final.
Era tarde de madrugada. El rey estaba en su lecho, intentando dormir, respirando con dificultad. Sabía que su vida se acababa y eso casi le tenía sin cuidado. Sus planes estaban deshechos.
Con su único hijo desaparecido, nada más tenía sentido.
Para él, su hijo debió yacer primero muerto que perdido, pues era una tortura que el rey no merecía.
Era algo que un hijo jamás debería hacerle padecer a su padre.
¿Qué le habrá ocurrido? Se preguntaba una y otra vez.
—Vive, mientras tú vivas—. La voz inhumana, letal y fría se adueñó de sus pensamientos. Era bella y profunda pero cruel en sus palabras.—Sufre cada día, suplica a gritos por la muerte.
El rey abrió los ojos viejos y cansados, pensando que era una pesadilla. ¡No! ¡Era real! ¡Era un demonio de ojos rojos, en su alcoba!
—¿Quién eres? —dijo el rey, imponiéndose a su terror.
—Soy el dueño de la vida de tu hijo.
El rey trató de incorporarse con dificultad, jadeando, para enfrentar lo que fuera.
—¿Por qué?
El demonio de ojos rojos brotó de entre los pesados cortinajes que cubrían las grandes ventanas desde las cuáles se tenía la más bella vista a los jardines privados del palacio.
Caminó por la habitación.
Sus ropas eran como las de cualquier hombre de pueblo, camisa sencilla y calzas, un cinturón basto de cuero gastado por el uso, pero su porte era majestuoso; el cabello negro como una cascada le cubría la mitad del rostro inclinado, la trémula luz de la lámpara apenas iluminaba lo suficiente para que sus ojos llamearan rojos e inhumanos.
—¿Por qué? —preguntó de nuevo el rey.
Con pasos lentos, el demonio se acercó a la cama.
Tomó asiento a su lado como alguien preocupado por el quebranto de su salud.
Al demonio no podía importarle menos. En cambio, apartó su cabello del rostro para revelar sus facciones.El rey lo reconoció al instante.
El parecido con otro demonio era una amarga, innecesaria dolorosa confirmación.
No pudo decir palabra, no parecía apropiado pedir perdón.
—¡Déjalo libre! Te daré cuanto pidas. ¡Mi vida! Aunque ya no me queda mu...
Antes de terminar la frase, el demonio colocó la mano sobre el pecho del rey, flotando los dedos como si tocara un acorde invisible, a la altura de su corazón.
El rey sintió una corriente de calor y vida llenando su cuerpo. Duró pocos segundos, pero con eso bastó.
Suspiró y se incorporó; el agotamiento desapareció y se sintió rejuvenecido. Poderoso. Asombrado bajó los pies de la cama y fue hasta el enorme espejo de plata pulida.
No era su juventud volviendo. Las canas estaban en su sitio, era que resplandecía llenó de vigor y salud.
Giró a ver al demonio con una sonrisa. A punto de agradecerle cambió de opinión y, en cambio, bajó una rodilla al suelo a los pies del gigantesco demonio que permanecía de pie en medio de la habitación.
—¡Ten piedad de mi hijo! ¡Es inocente!
—¿Acaso tuviste piedad tú?
Su semblante era frío, más frío que el jaspe sobre el cual el rey se estremecía. No asomaría a sus ojos ni la ira ni el odio, ni siquiera soberbia o desprecio; el rey que no podía humillarse más, empezó a gimotear.
—¡Es inocente!
El vampiro se alejó, tratando de saborear el momento de venganza, separó las cortinas con la mano mientras hablaba por última vez.
—Disfruta tu regalo. Veinticuatro años más de vida para ti. ¡Vive sabiendo que lo torturaré cada día! Que será mi prisionero. Imagina los gritos de tu hijo cada que le arranco la piel—. El demonio mostró una oscura sonsrisa y sus largos colmillos y la mirada refulgieron. Y las terribles cosas que decía hicieron temblar al rey que permaneció echado en el suelo, más vil que un perro.
—Te devolveré a ese hijo tuyo cuando el tiempo pase, loco por los años de sufrimiento—, el rey gimoteó—, y les permitiré morir a los dos.
Su forma se disolvió en un espeso humo negro.
—¡Espera! ¡Haré cualquier cosa que tú me pidas! ¡Piedad! El demonio le miró última vez.
Una luz extraña brillaba en su mirada.
Era la oscura satisfacción tan breve como exquisita que deja la venganza.
Desapareció entre las volutas de un humo negro.
El rey dejó de llorar al comprobar que el demonio no estaba. Se puso de pie y llamó a su ayuda de cámara; un hombre ya entrado en años, somnoliento, que al momento tenía la boca más abierta que un piano de cola.
Pronto, todo el palacio entró en una intensa actividad y al amanecer, el ejército salía dispuesto a encontrar al Príncipe, levantando cada palmo de tierra si era necesario.
"¿Y el demonio? Lo traerán a mi, vivo y rogará años por la muerte"
No le perdonaría haberlo visto postrado y humillado.
Ese demonio pagaría por ello.
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Anhelos
VampirePrometido en matrimonio con una conveniente princesa, el príncipe Johan cumplirá su obligación como heredero al trono de Mineasia y se casará con ella sin amarla en lo absoluto. Un anhelo sin nombre le hace desdichado, pero siendo el deseo de su pa...