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El hijo de Yenko corrió por el desfiladero tan rápido que no dio tiempo a su padre de llevarse el susto de su vida, se arrodilló junto al improvisado lecho y se atrevió a tomarle la mano.

—¡Su Majestad! ¡Soy Enrhon! ¡Majestad! ¡Está usted bien!

Besó la mano, demasiado emocionado al ver los párpados aletear. Johan le miró, le reconoció y una enorme sonrisa se fijó en su rostro que, un segundo después, se borró. Se incorporó de un salto, registrando todo a su alrededor. Se puso de pie sin importarle su desnudez.
Enrhon bajó la mirada con respeto y modestia y permaneció de rodillas.

El viejo rastreador se adelantó y tomó lugar junto a su hijo, de rodillas, levantó las manos y ofreció al principe algunas prendas que llevaba para su señor, pero su Majestad no parecía darse cuenta de nada, solo buscaba a su alrededor.

Cuando pareció tranquilo al no encontrar nada, aceptó las ropas e interrogó al viejo rastreador. Yenko respondió a cada pregunta que le hizo "su padre movilizó a todo el ejército" y "Sí, su padre estaba bien" "no, hasta donde él sabía, no tenían noticias desde Ilzamar" "Sí, llevaban una semana en las grutas buscándolo" "Sí, el rey estaría feliz".

Cuando Yenko ofreció agua y comida, el príncipe declinó.

El viejo pensó que después de todo no lucia mal; ni sucio, ni hambriento. Parecía ausente nostálgico, como recién despierto de un hermoso sueño, Se preguntó quién le cuidó todo ese tiempo. Y quien hizo posible que el príncipe recuperara la salud llegó, cargado con un atado de liebres y leña que dejó caer al suelo de roca.

Permaneció inmóvil contemplando el final de su "felices por siempre".

Porque así llegan los finales, no dan aviso ni tiempo de decir nada y jamás brindan felicidad.

AnhelosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora