(4) Animales perdidos

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Siento como si estuviera entrando en una nueva realidad, una en la que ya no puedo ignorar mi papel.

Una en la que ya no puedo escapar.

Desciendo lentamente los escalones que conectan el salón principal con el majestuoso jardín.

A medida que avanzo adentrándome en este nuevo paisaje, el color verde predominante roba toda mi atención, quedando cautivada por la vegetación de la zona.

Aquí todo es muy diferente. Las hojas de los árboles tienen una tonalidad más fresca, más viva. El aire huele a flores recién cortadas y a tierra húmeda. Todo en este lugar parece respirar vida de una manera que nunca había experimentado antes.

Me arrodillo al ver unas rosas sobresalir entre la maleza, cautivada por su belleza natural. Acaricio suavemente los pétalos de estas flores maravillosas, admirando la delicadeza de sus formas.

Recuerdo que, cuando era pequeña, pasaba horas y horas explorando el invernadero de nuestra residencia. Entrar en aquel lugar cambiaba drásticamente mi perspectiva de todo lo que había conocido hasta entonces. De la familiaridad del desierto a la que estaba acostumbrada, a un mundo lleno de vida y color.

El invernadero era el santuario de mi madre; ella lo cuidaba con devoción, como si cada planta fuera un tesoro precioso. Recuerdo el brillo en sus ojos cuando me mostraba cada flor llena de admiración:

»Layla, así como las pequeñas flores pueden crecer en entornos difíciles con el debido cuidado, nosotros también podemos adaptarnos a las adversidades si nos mantenemos juntas. Las flores nos enseñan sobre la importancia de la adaptación, recordándonos que incluso en los momentos más oscuros, siempre hay espacio para la esperanza.

Poco tiempo después de esa conversación, el invernadero era consumido por el fuego. Mis ojos se llenaban de dolor mientras miraba impotente cómo todo lo que mi madre había cuidado con tanto amor se desvanecía entre las llamas.

Esa noche no solo perdimos el invernadero, también todo lo que ello representaba...

Me alegra tener después de tanto tiempo una de estas flores entre mis manos. Sonrío al recordar como a mi madre le encantaban.

No obstante, mi sonrisa se desvanece al ver que algunos de sus tallos están empezando a marchitarse. ¿A caso nadie cuida a estas pobres flores? Se nota que necesitan que alguien les dé un poco de agua.

Me inclino más cerca para examinarlas con atención.

Es entonces cuando un arbusto cerca de mí se mueve repentinamente.

Giro la cabeza al percatarme que no estoy sola. Miro el arbusto una vez más, deseando que ese momento solo haya sido fruto de mi imaginación.

Una vez más, este se mueve. Más bruscamente que antes.

Salto hacia atrás asustada. Mi corazón late con fuerza, sin saber qué hay entre esa maleza. Permanezco inmóvil con la respiración atrapada en la garganta. ¿Así es como voy a morir?

El miedo sigue apoderándose de mí hasta que finalmente veo aparecer un animal entre las plantas.

Un pequeño hurón blanco avanza rápidamente con sus patitas hacia mí.

Suelto el aire que se había quedado atrapado en mis pulmones. Respirando con normalidad otra vez al ver que la situación no era como me esperaba.

—Hola, pequeño —digo con ternura, una vez calmada, arrodillándome para poder observarlo mejor.

Le tiendo la mano y el hurón deja que lo acaricie suavemente.

—¿Te has perdido? —pregunto con una sonrisa, notando la calidez de su pelaje bajo mis dedos.

La Apuesta RealDonde viven las historias. Descúbrelo ahora