Horas antes de la gala, camino por las calles empedradas de la ciudad, buscando los materiales necesarios para el regalo que mi padre ha ordenado que prepare. Esta mañana, durante una charla tensa, él me dejó en claro que, hoy más que nunca, debo demostrar mi amor por el príncipe frente a todos.
Su instrucción fue precisa: no hay mejor símbolo de compromiso y devoción que una tela artesanal del Emirato de Al-Nur, un obsequio tradicional que representa el amor sincero de una futura esposa. Sin embargo, mientras recorro los escaparates de las tiendas, siento el peso de esta tarea.
Entiendo el significado de esta tradición, pero no puedo ignorar que mis sentimientos por Oliver no son lo suficientemente profundos como para darle un regalo tan significativo.
Mi guardaespaldas, Said, camina a mi lado, imponente y siempre alerta. Su presencia severa hace que la gente a nuestro alrededor se aparte de inmediato. A pesar de su profesionalismo, la intensidad de Said puede ser intimidante. A mitad de mi búsqueda, su voz rompe el silencio con una pregunta inesperada:
—¿Cómo te has sentido desde que llegaste a Luxemburgo?
—Bien —respondo en un tono breve, sin querer que mis pensamientos salgan a la superficie. Me siento abrumada por todo lo que está pasando y no quiero revelar más de lo necesario.
Said suspira, parece sopesar sus siguientes palabras.
—Desde que estás aquí, noto que algo ha cambiado en ti.
La tensión se apodera de mí. No quiero que Said saque conclusiones apresuradas o despectivas sobre mi carácter. Con una personalidad estricta, similar a la de mi padre, Said rara vez muestra alguna señal de simpatía.
—Sé que me tienes miedo —dice en un tono inusualmente suave, como si la confesión fuera algo que él mismo dudara en admitir.
Sorprendida, me detengo y lo miro. Decido ser honesta, armándome de valor.
—Antes sí —admito, en un susurro firme—, pero ya no.
Said parpadea, visiblemente desconcertado por mi respuesta. Asiente lentamente, como si confirmara algo que había intuido. Su reacción me descoloca; esperaba algún reproche o, al menos, su acostumbrada frialdad.
—Tu padre ha dejado de confiar en mí como antes. —explica Said, con un matiz de cansancio en la voz— Últimamente, solo se reúne con el duque y sus superiores. Puedo imaginar lo frustrante que fue para ti crecer rodeada de secretos. Quizá he sido demasiado duro contigo, Layla, y no puedo decir que haya sido justo.
Me quedo en silencio, asimilando sus palabras. Su sinceridad parece genuina, pero es lo siguiente que dice lo que verdaderamente me estremece.
—El pueblo de Al-Nur está a punto de enfrentar tiempos oscuros... —Said desvía la mirada por un instante, y en su rostro habitualmente imperturbable veo aparecer una sombra de preocupación— Mis padres siguen allí, escondidos, tratando de pasar desapercibidos. Me aterra pensar en lo que pueda ocurrirles si estalla una guerra civil.
Comparto su inquietud, sintiendo su preocupación como si fuera mía.
—Veo que tú también has cambiado. —digo, reconociendo su vulnerabilidad, una faceta de él que nunca antes había percibido.
Said me mira con una mezcla de gratitud y resignación.
—Layla, pareces más fuerte que antes, más decidida. Deberías hacer algo al respecto. Hasta hace poco, yo pensaba que las mujeres... —Hace una pausa, buscando las palabras adecuadas, como si se adentrara en un territorio desconocido— Veo que tienen tanto poder, quizás más, que nosotros. Ven más allá de lo evidente.
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La Apuesta Real
Roman pour AdolescentsSiendo la heredera de la dinastía Rashid, una de las más poderosas del Emirato Al-Nur, la vida de Layla ha sido moldeada según las decisiones de otros. Criada para servir y obedecer, no tiene más remedio que aceptar el matrimonio organizado por su...