(7) Oferta tentadora

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El silencio en la sala es palpable. Mi corazón late con fuerza mientras quedo completamente expuesta frente a la princesa Gabriella. Mis manos se quedan congeladas en el aire, incapaces de moverse para cubrir mi cabello descubierto. Los segundos se alargan en una eternidad mientras Gabriella y yo nos observamos, atrapadas en este inesperado momento.

La princesa mantiene su expresión imperturbable, su mirada fija en mí. Pero hay algo en sus ojos, una chispa de algo indescriptible. ¿Es sorpresa? ¿Curiosidad? No estoy segura. El miedo y la vulnerabilidad me envuelven, temiendo su reacción.

Sin decir una palabra, Gabriella se arrodilla y recoge la tela caída. Sus movimientos son delicados mientras dobla cuidadosamente el hiyab. En ese instante, puedo ver una suavidad en sus gestos que nunca había notado antes.

Al mirar mi rostro descubierto, noto cómo sus ojos se agrandan ligeramente, como si estuviera analizando mi reacción.

Mis pensamientos vuelan a toda velocidad. No debería estar sin mi hiyab. Siento que he traicionado mis raíces, mi identidad. Pero la reacción de Gabriella es inesperada. No hay burla, ni desaprobación, solo una calma que no puedo entender.

Finalmente, Gabriella se pone de pie y extiende el hiyab hacia mí, manteniendo su expresión impenetrable. Su silencio me permite calmarme un poco, pero aún siento el nudo en mi estómago. Acepto la tela con manos temblorosas, murmurando un agradecimiento casi inaudible.

—Gracias —logro decir, tratando de no mostrar cuánto me ha afectado este momento.

Gabriella asiente levemente, sin apartar la mirada.

Me apresuro a colocarme el hiyab de nuevo, sintiendo la familiaridad de la tela contra mi piel. Es como si estuviera volviendo a ponerme una armadura que me protege del mundo exterior.

Nos quedamos mirándonos durante unos segundos, hasta que la asistente regresa, acabando con la competición de miradas al sorprenderse al ver la maceta rota en el suelo.

—¡Oh, no! ¿Qué ha pasado aquí? —exclama la asistente, sus ojos ampliándose al ver la planta rota.

—Lo siento, fue un accidente —explico rápidamente, sintiendo el rubor subir a mis mejillas—. Estaba examinando las flores y se enredaron en mi hiyab...

Miro hacia Gabriella buscando apoyo, pero ella ha desaparecido. La asistente parece estar a punto de decir algo más, pero se contiene y asiente.

—No se preocupe, nos encargaremos de esto. Si ya han terminado, puedo acompañarla de vuelta al salón.

Asiento, sintiéndome un poco perdida sin la presencia de Gabriella. Sigo a la asistente de regreso a la sala principal, donde Oliver está terminando de ultimar los preparativos con Madame Bernard.

Cuando me ve, Oliver se acerca con una sonrisa.

—Ahora que ya hemos terminado con los preparativos, ¿te gustaría hacer un mini tour por el centro de Luxemburgo para conocernos mejor? —sugiere amablemente.

—Sí, eso suena genial —respondo, intentando dejar atrás el incómodo incidente de hace unos momentos.

Oliver me ofrece el brazo, y con una sonrisa, lo acepto. Juntos nos dirigimos hacia fuera, donde nos espera un coche privado. El trayecto hasta el centro de Luxemburgo es breve, y pronto nos encontramos caminando por las calles, rodeados del bullicio y la vida de la ciudad.

Me sorprende ver cuánta gente reconoce al príncipe Oliver. Personas de todas las edades se detienen para saludarlo, y él les responde con cortesía y calidez.

—¿Por qué no estás acompañado por ningún guardaespaldas? ¿No temes por tu seguridad?

Oliver sonríe tranquilamente y sacude la cabeza—No, Layla, no tengo miedo. Luxemburgo es un país seguro, y la gente aquí respeta a la familia real. Además, es importante que me vean como uno de ellos, accesible y cercano.

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