VIII

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Capítulo 8: Incomodidad 

Si le dieran a Meliodas una moneda por cada vez que había pensado en irse de ahí, seguramente ya se habría hecho rico, llevaba varios días siguiendo una rutina incómoda y, hasta cierto punto, molesta, en la que solamente seguía a la princesa sumid...

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Si le dieran a Meliodas una moneda por cada vez que había pensado en irse de ahí, seguramente ya se habría hecho rico, llevaba varios días siguiendo una rutina incómoda y, hasta cierto punto, molesta, en la que solamente seguía a la princesa sumido en su silencio habitual, luego la seguía hasta sus aposentos donde ella le cerraba la puerta en la cara y se quedaba encerrada hasta el amanecer, mientras que él tenía que quedarse todas las horas restantes del día haciendo guardia sobre su puerta.

Al menos hasta que llegara su relevo y él pudiera irse a dormir unas horas antes de regresar a la puerta de la princesa y repetir todo de nuevo.

Debía de admitir que esas horas en soledad le ayudaban a pensar, a concentrarse en su misión y a perderse un poco dentro de su mente. Reflexionando, hablando consigo mismo, meditando para conectarse con su arma, sintiendo el poder de su espada bajo la palma de la mano y agudizando sus sentidos al máximo para detectar la mínima cosas que pudiera hacerle daño a la princesa. Pese a eso, no podía negar que era algo molesto quedarse quieto.

Estaba acostumbrado a pasar los días entrenando hasta que la luna se ocultara y el sol volviera a salir, venciendo caballeros a diestra y siniestra demostrando su fuerza, siendo enviado a misiones suicidas de las que solo él podía regresar vivo con pocos rasguños. Ahora, pasar sus días estando quieto afuera de una puerta le resultaba desalentador y hasta deprimente.

Estaba acostumbrado a usar ropa más cómoda debido a sus proezas, estaba acostumbrado a no llevar camisa debido a lo mucho que sudaba por sus constantes entrenamientos, incluso acostumbraba a usar armadura (aunque no fuera suya) al momento de tener un duelo con algún caballero para que las cosas fueran más "justas". Ahora el usar el uniforme de la guardia real todos los días le resultaba...incómodo.

Un chirrido lo hizo ponerse tenso y en posición de firmes de nuevo, se aferró al mango de la espada con fuerza tratando de disimular tanto como podía su sentir y simplemente miró de reojo como la princesa salía de su habitación con la cabeza agachada.

La albina ni siquiera se molestó en mirarlo, o en dirigirle la palabra, tan solo comenzó a caminar fuera de su cuarto y Meliodas no tuvo otra opción más comenzar a seguirla en silencio, después de colgarse la espada sagrada a la espalda de nuevo. Le parecía extraño que la princesa saliera de su habitación en plena madrugada, se suponía que ella debía estar dormida, pero por más raro que eso le pareciera, cumplió con su trabajo.

Sus pasos eran lo único que se podía escuchar por el pasillo de piedra, retumbando en los oidos de ambos jóvenes y causando enojo en la princesa. ¿Por qué Meliodas era tan callado? ¿Acaso él no se daba cuenta de lo irritante que podía ser solo tenerlo callado observándola? Bufó molesta llamando la atención del caballero.

El lugar estaba desolado, era comprensible debido a que era de madrugada y la servidumbre se encontraba en los cuartos de servicio descansando. Los pocos caballeros que estaban presentes haciendo sus rondas, los ignoraban o les dedicaban "discretas" miradas de admiración ( o bueno, a Meliodas le mostraba admiración) mientras pasaban creando sombras por la luz de las antorchas.

The princess with sacred power Donde viven las historias. Descúbrelo ahora