Capítulo 3

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—No puedo creer que haya sido convencido tan rápido.

Clarissa reía por lo bajo ante los quejidos que su padre iba diciendo.

Después de esa conversación, su padre parecía a punto de hechizarla por atreverse a manipularlo de esa forma, pero lo único que podía Clarissa hacer es disculparse y seguir. Tenía tanta curiosidad por conocer a ese gran mago y todo lo que la magia conlleva.

Toda esta situación le atraía de sobremanera, el enojo y la confusión seguía latente pero comprendía que su padre no podía controlar todo, lo único que le tocaba era escuchar y comprender.

—¿Hacia dónde vamos? —preguntó Clarissa a los dos hombres.

Sentía algunas miradas en sus espaldas mientras caminaban por las calles de Londres. Al parecer, estaban muy interesados en el director siendo seguido por un hombre y una niña.

—Al Hospital San Mungo —respondió su padre apretando un poco la mano, estaba algo nervioso—. Es un hospital mágico que trata enfermedades comunes y mágicas.

—¿Ahí trabaja ese doctor? —preguntó Clarissa.

—Si, es el doctor principal —respondió su padre mirando hacia adelante—. ¿Linda, me veo bien?

La azabache abrió la boca sin comprender y al ver como su padre sonreía nervioso, se sintió más confundida que antes.

—Siempre te ves bien —respondió lentamente—. ¿Por qué la pregunta?

—Por nada —aseguró James deteniéndose frente a una tienda—. Por nada.

Clarissa no le creyó pero no tuvo tiempo para contestar nada ya que habían llegado a unos almacenes viejos llamados Purge y Dowde S.A que tenía un cartel que dice: "cerrados por reformas".

—¿Está aquí? —pregunto extrañada.

James asintió mirando al director que se adentraba al interior de ese lugar.

—Es para controlar la vista de los muggles. Ellos solo ven esto pero nosotros presenciaremos otra cosa.

Fue empujada levemente por su padre y Clarissa se confundió más cuando el interior estaba totalmente deshabitado, sucio y repleto de maniquíes.

Pasaron entre los maniquíes hasta llegar a uno que está tras una ventanilla, al que casi se le caen las pestañas postizas, y lleva puesto una túnica de nailon verde.

El director sacó nuevamente su varita y miró al maniquí con amabilidad.

—Venimos a hablar con el doctor Jung —dijo el director.

Clarissa pensó que el viejo hombre ya estaba loco como para hablarle a algo de plástico, pero lo sorprendente fue que apareció un cristal amplio y su padre solo le sostuvo de la mano y la obligó a caminar.

—Estás loco —susurró Clarissa.

—Confía en mí —respondió su padre sonriendo divertido—. No nos pasará nada, sino que me encargaré de matar a Jung con mis propias manos.

Sabía que era otra de sus bromas, pero cuando vio al director, este simplemente había desaparecido.

Entonces se dejó llevar, cerró los ojos y apretó la mano reconfortante de su padre y suspiró.

Al traspasar ese cristal, sintió una sensación horripilante: es como si pasaran por una cortina de agua fría; no obstante, Clarissa salió seca y caliente por el otro lado.

Lo primero que vio fue un hospital común y corriente.

No tenía tanta experiencia con los hospitales, pero las pocas veces que entraba debido a una lesión por chocar con un jardín o ser golpeada con el balón de fútbol notaba que las paredes eran blancas, había mucha gente y el clima era muy abrumante. No era la excepción.

Hey Jude² | Wizarding World Donde viven las historias. Descúbrelo ahora