disappointment?

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La mañana del último día de su visa amaneció, trayendo consigo un torbellino de preguntas sin respuesta.

Por un lado, se preparaba para su inevitable participación en otro de esos sanguinarios juegos, esos a los que empezaba a temer que nunca se acostumbraría. Por otro lado, sentía la punzada de esperanza en su pecho, el anhelo de ver una cabellera grisácea y mal teñida aparecer por la puerta.

Se decía a sí misma que no lo necesitaba, pero no era tan ingenua como para ignorar que, hasta ahora, no había logrado sobrevivir sola en ningún juego. Hasta la fecha, solo había participado en dos juegos, y en ninguno había tenido un papel significativo; de hecho, estuvo al borde de la muerte en ambos y fue salvada por la misma persona en cada ocasión.

Planeaba ponerse en movimiento y buscar una nueva arena de juego al caer la noche, pero mientras tanto, se permitía disfrutar lo que bien podría ser su último día de vida, tumbada en el sofá del apartamento de Chishiya.

Al lado, sobre otro mueble, yacía el libro que él había leído con tanta atención durante su estancia. Había intentado leerlo, pero abandonó la idea al encontrar la portada poco atractiva. Sabía que no se debía juzgar un libro por su portada, pero si ni siquiera uno con una cubierta interesante capturaba su interés, menos lo haría uno que, a todas luces, trataba sobre medicina.

Así que se limitó a recostarse en el sofá, observando atentamente la ventana para controlar el tiempo, mientras intentaba no desesperarse esperando que alguien abriera la puerta detrás de ella.

Había pasado las últimas horas intentando adivinar de que podría tratarse su próximo juego, en los que había participado anteriormente no eran más que mortales recreaciones de juegos infantiles muy comunes, lo sabía muy bien porque ella misma había propuesto ambos juegos alguna vez para pasar los recesos de clases con los niños de la escuela donde había empezado sus prácticas.
No sé imaginaba que clase de cruel persona podía deformar y alterar algo principalmente creado para proteger la infancia de los niños a los que ella adoraba, genuinamente esperaba que no hubiera ningún niño en ese mundo extraño en el que ahora se encontraba.

De cualquier forma no tenía manera alguna de adivinar el palo de su juego sin registrarse en el primero, por lo que escoger deliberadamente lo que quería estaba descartado. Debía agradecer que al menos su pierna ya no era una molestia tan grande e incluso si llegará a ser un juego de picas, quizá podría sobrevivir.
Se consideraba muerta si llegaba a ser uno de diamantes o corazones y si por casualidad eran tréboles, esperaba que hubiera alguien confiable en el juego.

Más tarde el sol comenzó a teñirse con pinceladas de cálidos colores, el profundo tono de azul del día cedía ante los tonos anaranjados y rosados del atardecer; y ella tenía que partir.

Miro por último vez la ventana, la luz dorada del atardecer le caló en la piel mientras se ponía los zapatos y tomaba en sus manos un pequeño bolso de color rosado, más pequeño y considerablemente práctico que la mochila que usaba.
En el no había más que la carta de su último juego y un par de toallitas antisépticas. Había conservado la carta como un recordatorio para sí misma de que no debía olvidar a Ishikawa Osamu, aún tenía planeado encontrar a su hermana y transmitirle lo que él seguramente habría deseado.

Se encontraba en la entrada del departamento entonces, recargada sobre el mueble donde se ponían los zapatos y observando fijamente la puerta. Decidió que iba a esperar cinco minutos más antes de irse con la excusa de que se sentía cansada y no pasaría nada por quedarse ahí un poco más.

Y eso hizo, sentada frente a la puerta, casi rogando que se abriera por algún motivo. Estaba asustada, finalmente podía admitirlo, no quería ir a uno de esos juegos sola y ni siquiera sabía si podría sobrellevarlo; estaba casi segura de que no lo lograría.
Se maldijo a sí misma por ser tan dependiente y al rubio por darle falsas promesas y esperanzas, siguió soltando insultos al aire casi inaudibles por el resto de sus cinco minutos de tolerancia hasta que decidió que era suficiente, ya tendría tiempo para lidiar con la decepción en otro momento.

𝗦𝗵𝗮𝗺𝗲𝗹𝗲𝘀𝘀, 𝗖𝗵𝗶𝘀𝗵𝗶𝘆𝗮 Donde viven las historias. Descúbrelo ahora