Capítulo 3: Entre Páginas Y Sueños

28 8 1
                                    

Recuerdo bien mi primer día fuera. Al dejar las instalaciones, un equipo me transportó en una camioneta blanca hacia lo que sería mi nuevo hogar. La emoción me embargaba, y no podía dejar de mirar por la ventana a las estrellas que salpicaban el cielo nocturno. Los kilómetros de camino vacío y sin transitar eran el preludio perfecto a mi nueva vida como alguien nuevo.

"Prepárate mundo, que ahora formarás parte del nuevo Dorian", decía con entusiasmo, repitiéndolo en mi cabeza mientras imaginaba todas las cosas que me esperarían en la ciudad.

Esa noche, me dejaron a la puerta de una gran casa de ruidoso roble viejo, cuyas raíces se perdían en la historia de la isla. Estaba a unos pasos de la costa rocosa del sur, donde el sonido de las olas era una tenue melodía que apenas se percibía, en marcado contraste con el rechinar de la madera bajo mis pies. La brisa salada acariciaba mi rostro, y el aroma del mar se mezclaba con el de la tierra húmeda.

Antes de abrir la puerta, me detuve en seco, reflexionando sobre lo inexplicable que significaba caminar hacia adelante y dejar el pasado atrás. Significaba que jamás podría volver a la crisálida de la que me formé; ahora soy como un ave que no regresa al nido, sino que crea uno nuevo.

Toqué el frío picaporte y, con decisión, me adentré al interior del hogar, que estaba humildemente amueblado solo con lo estrictamente necesario. Había una sala con una pequeña mesa de centro, una barra en la cocina, un refrigerador abastecido con alimentos y una nota que rezaba: "Alimentos esenciales para tu semana. Te vamos a proveer nuevamente cada semana. Pronto recibirás la visita de nuestro asesor nutricional".

Demasiado somnoliento para comer algo en ese momento, exploré cada habitación, miré por cada ventana y me dejé envolver por las sábanas, cayendo en un sueño profundo.

A la mañana siguiente, encontré una nota sobre la mesa central de la sala que no había visto la noche anterior. Tenía agendada una entrevista para esa misma tarde en el campus universitario de Covenia. La cita estaba a mi nombre y solo faltaban tres horas para la reunión.

"¿Qué se supone que deba llevar?", pensé. No tenía documentos, credenciales, registros y ni siquiera tenía la certeza de qué edad tenía realmente, aunque mis cuidadores me dijeron que tenía 19 años.

Igualmente me preparé para ir, comí algo, tomé una helada ducha y me vestí adecuadamente. Siguiendo las indicaciones que me dieron, fui a la estación de tren y me dirigí al campus, llegando veinte minutos antes.

Había un chico joven, probablemente de nuevo ingreso, sentado frente a mí en la sala de espera. Movía sus piernas impaciente y miraba al reloj con frustración. Cruzaba sus brazos y se rascaba la cabeza, y yo me preguntaba si enredaría sus dedos entre sus pelirrojos rizos.

El chico se percató de mi mirada y me observó con extrañeza. Incapaz de quitarle los ojos de encima, solo pude ofrecerle una mueca rara de sonrisa nerviosa.

El chico solo asintió consternado antes de volver su atención a la pared. Luego, giró nuevamente y, escaneándome con la mirada, inclinó su rostro.

— Hola... ¿esperando también? —Saludó con una amistosa sonrisa—. No creo haberte visto antes por aquí.

— Sí, es mi primer día, más bien, vengo a inscribirme —Respondí, estirando mi brazo hacia el chico—. Soy Dorian.

— ¡Ah, un novato! —Exclamó con entusiasmo, estrechando mi mano—. Soy Elliot. No eres de por aquí, ¿verdad?

— Eso creo —Respondí nervioso—. Bueno, la verdad no estoy muy seguro.

— Entiendo —Asintió intrigado Elliot—. Bueno, si alguna vez quieres despejar la mente, hay un grupo de nosotros que jugamos al fútbol los fines de semana. Eres bienvenido a unirte.

— Gracias —Respondí con una sonrisa tímida—. Podría ser bueno. Nunca he jugado, pero podría intentarlo.

— No te preocupes, es solo por diversión —Dijo Elliot, riendo—. Y es una gran manera de hacer amigos.

En ese momento, una voz interrumpió:

"Dorian, por favor, pasa."

— Oh, eso es para mí —Dije, levantándome de la silla y recogiendo mi mochila—. Disculpa, Elliot, tengo que ir.

— Claro, no hay problema. Nos vemos por ahí, Dorian —Respondió amigable Elliot—.

— Sí, nos vemos —dije asintiendo antes de atravesar la puerta.

Al cruzarla, me encontré con una mujer mayor de aspecto firme y mirada penetrante, sentada frente a una montaña de papeles que casi ocultaban su presencia. Con un gesto decidido, tomó uno y me invitó a sentarme.

— Toma asiento, Dorian.

Obedecí, y al hacerlo, apenas pude distinguir su rostro entre la maraña de documentos. Ella, con una tabla con clip en mano, pronunció mi nombre con una autoridad que resonó en la habitación.

— Dorian Vindel —dijo a voz alzada—. El chico que escupió la tierra...

Intrigado, me incliné hacia adelante intentando captar más que solo sus ojos arrugados, que escrutaban el papel con una intensidad inquietante.

— Tranquilo, chico —replicó con una calma que contrastaba con la severidad de su voz—. Estoy al tanto de tu situación.

— ¿Mi situación? —repetí, confundido.

— La agencia Vitalis tiene la costumbre de acoger a jóvenes con problemas mentales o condiciones crónicas como la tuya —explicó—. Pero por lo que veo, no has tenido inconvenientes desde tu recuperación, ¿verdad?

— No que yo sepa, señora —respondí.

— Llámame Rectora, por favor —corrigió con un tono que no admitía réplica.

— Disculpe, Rectora —dije, corrigiéndome.

Con una sonrisa que apenas curvaba su boca, bajó la tabla y me miró directamente a los ojos.

— Novonesia es el hogar del avance científico —declaró, poniéndose de pie y apartando las cortinas detrás de ella, dejando que la luz inundara la habitación y revelara la vastedad de la universidad.

Me levanté, igualmente cautivado, mientras ella, con un gesto amplio, señalaba el campus.

— Y esta universidad es la cuna de todos esos avances. Aquí se forman a diario futuros médicos, físicos, investigadores, inventores y genios de la ciencia.

— Las personas que te trajeron aquí se educaron entre estas paredes, y con las herramientas de sus propios laboratorios lograron arrancarte de las garras de la muerte y darte una segunda oportunidad para forjar tu propio destino —continuó, su voz llena de orgullo.

Absorto, observé el enorme campus a través de la ventana, viendo a jóvenes recorrer pasillos interminables, cruzar jardines, campos deportivos, aulas y cafeterías. Todo era un espectáculo vibrante de vida y ambición.

— Han cubierto tu estadía aquí para que tengas la oportunidad, como ellos, de alcanzar la grandeza y aprovechar esa mente privilegiada que posees, Dorian —afirmó, posando sus dedos arrugados y adornados con joyas sobre mi hombro.

— Me encantaría formar parte —dije, mis ojos brillando con ilusión.

— Revisa nuestra oferta educativa —sugirió, extendiéndome unos folletos—, piensa en lo que deseas para ti y ven a verme mañana a esta misma hora.

— ¡De acuerdo! —exclamé, tomando los folletos con una sonrisa radiante.

Con una media sonrisa, la Rectora se despidió, y salí de su oficina con la cabeza alta, apenas capaz de apartar la vista de los folletos, soñando con mi futuro.

Al salir, Elliot ya no estaba, así que regresé por donde vine para tomar el tren de vuelta a casa.

"Fue un gran día", pensé para mí. La vida afuera es emocionante, llena de sensaciones y metas. Conocer gente fue divertido, y todos parecen amables y buenos. Estoy ansioso por descubrir más, reflexioné durante todo el camino a casa.

En ese momento, no tenía idea de todo lo que estaba por venir.

P.M.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora