Capítulo 9: Ruptura Temporal

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Con una sonrisa de satisfacción, Dorian se permitió unos momentos de descanso, consciente de que había dado un paso crucial hacia la realización de su sueño. Aunque el misterioso meteoro había traído consigo más preguntas que respuestas, ahora se sentía más preparado que nunca para desentrañar sus secretos y avanzar en su investigación.

De vuelta en su habitación, dejó que la máquina se asentara mientras se preparaba para descansar un poco antes del amanecer, cuando realizaría algunas pruebas preliminares. Mil y un pensamientos daban vueltas en su cabeza, así como él en sus sábanas. Sin poder conciliar el sueño, su mente activa y emocionada se llenaba de dudas, dilemas y temores. Después de haber presenciado cómo la agencia gubernamental no pasó por alto aquel suceso cósmico y lo trató con recelo y discreción, despertaba en él un nuevo nivel de desconfianza respecto a con quiénes podría compartir su hallazgo.

Sin embargo, confiaba en sus amigos y sabía que podía contar con ellos. Luna, Zeo y Elliot habían conocido el proyecto de Dorian durante años, incluso trabajando de la mano en numerosas ocasiones.

Sin haber dormido un solo minuto, el rostro de Dorian fue alcanzado por la luz solar entrando por su ventana. Aceptando el inicio del nuevo día, escapó del cálido abrazo de su cama y emprendió de vuelta a su taller en la cochera, donde podría realizar más pruebas de su máquina.

Al cruzar de vuelta la sala, caminaba con cautela para no despertar a sus amigos, pero distraído por la falta de sueño y las ideas que deseaba implementar, tropezó con un cable suelto y casi cayó al suelo. Se recompuso rápidamente, echando un vistazo a los dormidos Zeo, Luna y Elliot, quienes no se inmutaron ante el ruido.

Finalmente, llegó a su taller. Encendió las luces y observó la máquina con renovada determinación. Con la astilla del meteoro encajada en su lugar, estaba listo para realizar las primeras pruebas serias. Encendió los sistemas y se preparó para tomar las mediciones necesarias.

Dorian sabía que estaba al borde de un descubrimiento monumental. Si su máquina funcionaba, podría abrir las puertas del tiempo y el espacio, cumpliendo así sus sueños más ambiciosos. Sin embargo, también sabía que con gran poder venían grandes riesgos, y que debía proceder con extrema cautela.

Mientras ajustaba los controles y observaba las lecturas, Dorian sintió la presencia de Zeo al atravesar la puerta y quedarse plantado frente a la entrada unos segundos, observando el fascinante acontecimiento.

—¿Es lo que creo que es? —preguntó Zeo, con tono frío y un tanto preocupado.

—Es la máquina, Zeo —respondió Dorian, apenas conteniendo la alegría—. Finalmente, la hice funcionar.

Sin embargo, a diferencia de Dorian, el rostro de Zeo no compartía el mismo entusiasmo, sino más bien consternación. Zeo clavó su mirada en la máquina, sus cejas fruncidas y los labios apretados. La tensión en su mirar era palpable. Dorian, aún con la adrenalina corriendo por sus venas, intentó leer las emociones en el rostro de su amigo.

Pronto, el rostro de Dorian borró su sonrisa. Había esperado que Zeo compartiera su entusiasmo, que se uniera a él en la búsqueda de respuestas. Pero ahora, con la máquina zumbando y los destellos de luz danzando sobre los controles, parecía que Zeo estaba más preocupado que nunca.

—¿Por qué esa cara? —preguntó Dorian, desconcertado—. ¿No ves lo que esto significa? Estamos haciendo historia.

—Estás haciendo historia —respondió Zeo, con su áspera voz de disgusto.

—¿De qué hablas? —continuó Dorian, indignado—. Tú también eres parte de esto. Me ayudaste a diseñarla, juntos ideamos el mecanismo y la construimos. Este es nuestro legado y no pareces conforme.

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