3. Detrás de sus pasos

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Luca detiene el auto frente a la gran universidad. Él ve a su hermana por el retrovisor, mientras sus demás hermanos bajan del auto.

—Isadora, espera.

Ella se detiene y lo mira.

—Quiero dejarte en claro algo, los negocios de mi padre son muy fuertes... —hizo una pausa. —Nunca he estado de acuerdo en que te nos unas, pero mi padre insiste en que estas lista.

— ¿De qué estas hablándome?

—Isadora, por el bien de la compañía, no hagas algo que pueda perjudicarnos.

—No tengo intención de perjudicar a nadie.

—Tus actos sin pensar ocasionan problemas con los negocios. Deja de comportarte como una niña y sigue los consejos de los mayores.

Isadora se quedó en silencio mientras meditaba la situación.

—Entra a clases. —dijo él.

Ella se bajó del auto y vio a Steven esperándola. Camina hasta él.

— ¿Qué te dijo ese cabeza dura?

—Me dijo algo extraño de la compañía.

— ¿Qué? —responde sorprendido. — ¿Qué te dijo?

—Que debo comportarme mejor, nada importante, ¿por qué te escuchas asustado?

—Pfff... ¿asustado? —él ríe nervioso. —Me sorprendió, nada más.

—Al fin y al cabo tendré que unirme a la compañía, como quiere mi padre.

—Isa. —él la miró. —Solo puedo decirte que mientras estes fuera de esto lucha por lo que quieres.

— ¿A qué te refieres?

—Ve por lo que te hace feliz realmente, no dejes que esto te hunda.

— ¿Hundirme?, ¿por qué me hundiría en la empresa de mi papá?

—Me refiero a que, si no es lo que te hace feliz, no lo hagas.

—La verdad, no sé si tenga otra opción.

—Siempre hay otras opciones, Isa. Nos vemos luego.

La miro por última vez para luego dirigirse al otro lado del campus.

Para Isadora se le hacía muy extraño todo esto, pero la verdadera pregunta en su cabeza era:

¿Qué le hacía feliz?

La Notte dei Lombardi. - Roma, Italia.

Las puertas principales se abren, la tenue luz del sol entra por los alrededores, Chiara levanta la mirada de la mesa, y observa como diez hombres de negros entran al salón, y abren paso al hombre de traje azul, Vincenzo Lombardi.

Camino hasta la barra mientras todos lo observaban, Chiara se quedo inmóvil cuando llego hasta ella.

—Buenos días. —dijo él con una sonrisa.

—Buenos días, señor. ¿Qué le sirvo?

—Quiero que me atienda el joven que estaba aquí ayer.

—Me disculpo por no poder cumplir su orden, pero él aún no entra a su horario.

— ¿A qué hora llega?

—Después de medio día. —murmuro ella.

—Entonces vendré a esa hora. —le sonrió nuevamente. —Gracias... —miro su insignia. —Chiara.

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