ᴅᴇꜱᴄᴜʙʀɪᴇɴᴅᴏ ᴇʟ ᴘᴀꜱᴀᴅᴏ (Saga Tiempo #2)

- 𝟓. 𝐞𝐥 𝐦𝐚𝐩𝐚 𝐝𝐞𝐥 𝐦𝐞𝐫𝐨𝐝𝐞𝐚𝐝𝐨𝐫

CAPÍTULO 5

EL MAPA DEL MERODEADOR

Aquella noche, cuando Haylee le dijo que abriera la puerta que estaban llamando y no pensaba levantarse de la cama, supo que no debería abrir. Pero nunca esperó encontrarse a Dominique en su puerta, de una casa diferente a la suya, con un mapa en la mano.

—Me lo ha dejado Albus. —Fue toda la explicación.

La agarró de la muñeca y tiró de ella para que la siguiera.

El mapa no era uno extraño; era el Mapa del Merodeador. El abuelo de James y sus amigos lo crearon cuando estaban en Hogwarts, hechizándolo para que enseñara todos los pasadizos secretos del castillo y dónde estaba todo el mundo en cada momento.

No iban a meterse en problemas, pues el mismo mapa les decía si algún profesor de acercaba, así que salir de noche con eso era una buena experiencia asegurada.

Su padre no le había hablado demasiado acerca de los merodeadores —conocía aquella información por su mejor amiga—, pero si le había contado miles de cosas acerca de Aneesa Evans y Regulus Black. Según él, sus abuelos habían sido muy cercanos a estos amigos íntimos.

Aneesa Evans se casó con James Potter I, el merodeador, y ambos eran unas leyendas en el mundo mágico. Además, eran los padres del mismísimo Harry Potter, salvador de la guerra.

—Siempre me sorprende la cantidad de gente que hay fuera de sus dormitorios —dijo Esmeralda, ojeando el mapa.

Dominique hizo una mueca.

—El profesor Slugorhn está cerca de las cocinas —se lamentó, siendo aquel el lugar al que planeaba llevarla.

—Podemos ir a otra parte. ¿Qué tal la torre?

—Lo que quería era comer —dijo Dom, dejando caer los hombros.

Esmeralda se quedó pensando unos segundos antes de que una idea surcara su mente.

Así fue cómo acabaron saliendo del castillo hacia el pueblo más cercano, Hosgmeade, el cual siempre tenía una taberna abierta por las noches. O eso esperaban, ya que el año pasado había sido así.

No tenían pensado beber, pero sabían que allí podrían pedir algo de comer. El dueño de la taberna, Sean, tenía una gran complicidad con Dominique, por lo que siempre que esta le pedía algo, él se lo daba.

Cuando llegaron, se sorprendieron al ver que casi todas las mesas estaban llenas, aunque no estaba ni la mitad de lleno de lo que se ponía los días de fiesta, momento en el que las personas tenían que mantenerse de pie, pegadas unas a otras, casi como una discoteca.

Aquel día, todo estaba más tranquilo.

Esmeralda agarró el brazo de su amiga y la llevó hacia la barra, donde un tipo joven con barba les sonrió.

—Hola, Sean.

—¡Mis clientas favoritas! —exclamó, tan feliz que era obvio que había tomado varias cervezas de mantequilla. Estaba limpiando un vaso, que dejó en la mesa, y se colgó el paño en el hombro, inclinándose sobre la barra para hablar con ellas—. ¿Qué hacéis en pijama?

Esmeralda carcajeó.

—No teníamos pensado venir —explicó.