Greta
Desperté el lunes por la mañana en mi habitación. El amanecer comenzaba a hacerse presente a través de las cortinas en la ventana y la texturas de las sábanas eran suaves contra mi piel.
Después del cumpleaños de Alessia no habíamos pasado ni un día sin dormir juntas, hasta hoy. Sabíamos que debíamos guardar apariencias y el hecho de dormir juntas en una casa donde las habitaciones abundaban no sería muy inteligente de nuestra parte. Así que me sentía algo extraña al no encontrarla a mi lado por la mañana.
Me levanté para dirigirme hacia el baño y me preparé mientras pensaba en qué iba a hacer durante el día. Alisé mi cabello ligeramente y fui hacía el vestidor para tomar un top y falda blanca. Tomé el libro La Campana de cristal de Sylvia Plath y mi cuaderno de anotaciones de mi bolso de mano. Me coloqué unas sandalias bajas, colgué un vestido enfundado en el perchero junto con unos zapatos cerca de la puerta y me predispuse a salir de la habitación.
Una vez en el pasillo vi a Amanda saliendo del toilet, me acerque hacia ella.
—Buongiorno Amanda.– Susurré.— ¿Sabes donde se encuentran mis padres en este momento?
—Buen día, Greta. Ambos salieron hace unos quince minutos.
—¿Tan temprano? ¿Sabes a donde iban?
—Si señorita, ellos tenían una reunión importante en la capital pero volverán en unas tres horas, para cuando la señorita Chiara se levante.
—Perfecto.
—¿Quiere que le preparé el desayuno en el jardín?
—Si, gracias Amanda.– Reanude mis pasos pero me detuve.— ¡Ah Amanda!
—Si, dígame.
—Cuando se levante Alessia dile donde me encuentro y una vez que salga de la habitación coloqué el vestido que esta en el perchero de mi dormitorio junto con los zapatos sobre su cama, por favor.
—Si, Greta.
Sonreí y avancé escaleras abajo para dirigirme al jardín. Caminé unos minutos recorriendo con la vista el amplio paisaje, a lo lejos visualicé el limonero de mi infancia con unos cuantos limones.
—Señorita Rossi, el desayuno ya esta listo.– una voz me sobresalto.
—Voy ¡Gracias...
—Alejandra.
—Gracias Alejandra. Por favor avísale al resto de... del servicio que me llamen Greta.
—Si señorita Greta.– Algo era algo.
Me dirigí hacia donde normalmente desayunaba cuando visitaba la quinta. La mesa se encontraba exactamente en el mismo lugar. El desayuno era absolutamente obseno, sobre la mesa se encontraban tostadas, variedad de mermeladas, croissants, una jarra de leche, una copa de jugo exprimido, mi taza de café y entre otras cosas, la lista que le había pedido a Amanda.
Me senté y desayuné tranquilamente mientras repasaba la lista. El sol iluminaba con intensidad aquellas primeras horas del día.
Me sentía como si volviera a ser aquella niña, que pasaba sus veranos en ese lugar y no podía evitar pensar en en qué momento llegaría mi abuelo.
Augusto, el padre de mi madre, es una persona difícil de tratar y poco presente en mi vida. Siempre se encontraba de viaje pero me resultaba difícil entender por qué no estaba estos días visitando a Chiara. En cualquier caso, era su nieta favorita.
No podía culparlo Chiara era adorable y después de todo ella no era yo.
Al terminar de desayunar tomé el libro entre mis manos y caminé a través del jardín. Me quedé un momento parada observando la naturaleza y abrí el libro para leer algunos fragmentos que había resaltado previamente. El día era hermoso y las nubes apenas se hacían presentes en cielo.
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Todo lo que no sabía de mí 👀
Teen FictionGreta, una joven italiana, decide huir de la Capital para refugiarse en Verona tras denunciar a su prometido por violencia. Allí, en la nueva ciudad, ella intentará encontrarse a si misma nuevamente y tratar de procesar los últimos veintisiete años...