Primera Parte: Capítulo 1

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Nadie recuerda su nacimiento. Es un momento doloroso y horrible. Ni siquiera mi raza lo recuerda.

Pero, nuestra memoria comienza unas horas después.

Recuerdo la hierba. La verde y fresca hierba. Era temprano y podía notar la humedad del rocío de la mañana en los brotes de hierba y en el pelaje. Abrí los ojos. Veía borroso. Era normal. Poco a poco me fui acostumbrando a la luz. Por unos segundos no llegué a ver otra cosa que la alta hierba que me cubría por completo. Alcé la vista al cielo. Estaba despejado, sin una sola nube. Estaba en un gran prado, cerca de sus lindes. Cerca de los árboles. Grandes robles de alturas descomunales.

En ese instante, algo llamó mi atención. Acababa de pasar "algo" por delante de mi hocico. Enfoqué la vista y observé una pequeña hada, de sonrisa amable, que revoloteaba alrededor de mi cabeza. Me besó en la frente y, después de rascarme tras una oreja, se fue volando. La seguí con la mirada y vi que se acercaba a un pegaso, de largas y potentes patas y unas alas con plumas brillantes. Me dirigió un mirada de reojo y siguió hablando con el hada.

Había otros pegasos en el claro. Me resultó extraño ver que algunos no tenían alas. ¿Caballos normales? No, eran caballos parlantes. Oía su voces desde allí.

Me fijé en una pegaso de pelaje reluciente y bien cuidado. Pastaba tranquilamente a unos metros de distancia. Pareció presentir que la observaba, pues alzó la cabeza y me miró con una sonrisa. Se acercó y acarició mi mejilla con su hocico. Cerré los ojos y me dejé hacer.

-Bienvenida, princesita. -me susurró. Se separó un poco y me miró a los ojos.

-Madre. -murmuré entrecortadamente. Ella sonrió y asintió.

-Ven, cielo. Vayamos a ver a tu padre.

Me levanté con dificultad. Mis patas eran delgadas, pero algo me extrañó. Pelaje negro. Miré a mi madre, y luego al resto de la manada. Todos tenían pelaje blanco. ¿Por qué yo era distinta? Fruncí el ceño.

-Eres especial, mi pequeña. -dijo ella al verme confundida- Tienes un futuro magnífico por delante, mi amor.

La miré durante unos segundos. Quería conservar esa imagen de ella en mi mente. Quería conservar ese primer momento con ella en mi memoria para siempre. No quería olvidarme de ella nunca. No quería olvidar lo hermosa que era.

Comencé a caminar, a su lado, con pasos temblorosos. Ella, a mi lado, me servía de apoyo. Volví la cabeza hacia el interior del bosque. Me pareció ver que un árbol se movía. Me puse tensa unos segundos, pero la curiosidad podía conmigo.

-Madre, ¿qué es esa criatura que se esconde en el bosque y parece un árbol?

Ella volvió la cabeza para mirar al mismo punto que yo miraba.

-Un ent, pequeña mía. Bueno, no... Más bien, es EL ent. El último de su especie. O, por lo menos, es el último del bosque Árnor. No sé si hay más en los otros bosques. Vamos, cielo.

La seguí, esta vez con más seguridad en mí misma, con mayor rapidez. Mientras nos dirigíamos al centro del claro, me di cuenta de que los otros pegasos y caballos me miraban fijamente al pasar. Intenté mantener una pose erguida, simulando que no me daba cuenta o que me daba igual. Pero todos volvieron a los suyo cuando un pegaso de patas largas y delgadas, pero de aspecto fuerte, se acercó a nosotras.

-Isis, querida mía. -se acercó a mi madre y ambos rozaron su hocicos cariñosamente.

-Shainor, nuestra hija ya ha despertado.

El pegaso me miró radiante y me rodeó con sus alas en un abrazo. Juntó su frente con la mía y, así como estábamos, ocultos por sus grandes alas, me susurró:

Olvidar significa morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora