Primera Parte: Capítulo 16

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Lo primero que recuerdo al despertar de la inconsciencia es lo oscuro que estaba todo. El cielo azul estaba oculto tras unas nubes grises. Abrí los ojos con dificultad. Cenizas. Cenizas por todas partes. El bosque había perdido todo su mágico encanto.

Intenté levantarme. Estaba tendida en el suelo, de costado. Cenizas. Me dolía todo el cuerpo. Conseguí levantarme con mucha dificultad.

Los pegasos de mi manada se congregaban en pequeños círculos mientras lloraban en silencio. Caminé lentamente entre los grupos, con una leve mueca de dolor en todo momento. Me miraban disimuladamente. Ni un solo gracias.

Observé que Rixon se acercaba a mí con un leve trote. Noté que había estado llorando durante largo tiempo. Sin decir una palabra me rodeó con sus alas y apoyó su frente contra la mía. Empezó a llorar abiertamente. La poca fuerza de voluntad que me quedaba, si es que realmente quedaba alguna, se derrumbó al verle así. Lloré con él. No pude evitarlo. Ambos nos derrumbamos, caímos al suelo, y lloramos como niños. Porque, al fin y al cabo, por muy mayores que simuláramos ser, seguíamos siendo eso. Simplemente, niños.

Cuando ambos nos calmamos un poco, Rixon me contó que su padre les había abandonado a él y a su madre durante el incendio. Se había marchado dejándoles allí. No había intentado ayudarles. ¡Nada! No había hecho nada. Mi amigo no sabía dónde se encontraba ahora su padre, pero realmente ya no le importaba. Había perdido la fe en su padre. Tal vez había muerto, pero ya le daba igual.

Cuando le conté lo que yo había visto... Cuando le expliqué cómo habían muerto mis padres... Él me miró con una pena infinita. Me miró como si fuese una niña pequeña que se había perdido y no encontraba el camino de vuelta. Realmente, me sentía así. Tenía la sensación de que... todo aquello era un sueño. Solo un mal sueño. Pero, en aquella ocasión, contar estrellas no me ayudaría a dormir bien. En aquella ocasión no.

-Y... ¿Angu? ¿Le has visto? ¿Dónde está Angüelo? Quiero abrazarle a él también. -le dije a mi amigo, con voz ronca y un tanto cabizbaja. Él me miró dudoso.

-Shindra... él... él también... -dejó la frase en el aire y miró hacia otra parte, con lágrimas en los ojos.

-No... No... ¡No, no, no! ¡Él no! Él también no... -sentí de nuevo ese nudo en la garganta. Las lágrimas cayeron por mi rostro- ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué...?

-Humanos. ¡Malditos humanos! Todo es culpa suya. Si no hubiesen venido, no habría ocurrido nada. Tus padres seguirían vivos. Y Angüelo también.

Alcé la vista y le miré. Temblé ligeramente. Su voz había sonado con ira. Con una gran furia contenida. De nuevo me asaltó la duda: ¿los humanos eran amigos o enemigos? La respuesta parecía clara y obvia, pero dudé. Todo aquello que mis padres me habían enseñado. Todo aquello que habían hecho al reunirnos con los unicornios... ¿Qué debía hacer? ¿Creer en los humanos? ¿Odiarlos con todo mi ser? Agaché la cabeza sin saber qué pensar.

En ese instante tuve una extraña sensación en el cuerpo. No era un mal presentimiento. Era más bien ese extraño sexto sentido que tenemos las yeguas en ocasiones.

Alcé la cabeza y miré a mi alrededor buscando. La vi entonces. Mi abuela saliendo del bosque. Caminaba de una forma muy extraña. Tropezaba continuamente y no caminaba en línea recta. Fruncí el ceño.

-Ahora vuelvo. -le dije a Rixon, quien me miró extrañado, y sin más alcé el vuelo. Me acerqué hasta mi abuela, volando no muy alto. Cuando estuve a su lado, aterricé con cuidado.

-¿Abuela? -pregunté, acercándome a ella- ¿Estás bien'

Ella lanzó al aire un quejido de dolor agudo y lastimero.

Olvidar significa morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora