Primera Parte: Capítulo 7

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Ya por la noche, todos los potros reunidos en nuestra zona, dormían todos excepto yo. Aquella noche Rixon, Angüelo y yo dormíamos juntos. Rixon con la cabeza apoyada en el lomo de Angüelo, y este último con la cabeza apoyada en mi cuello.

No podía dormir. Llevaba un buen rato contando estrellas y, por alguna razón, no conseguía conciliar el sueño. Aquella noche la hechicera no había venido a contar el cuento. No la había vuelto a ver desde esa misma mañana.

Me cansé de contar estrellas, pero aún no tenía sueño. Miré hacia el bosque y, entonces, la vi. Allí estaba. La hechicera. En el linde del bosque. Me miraba. Podía sentir sus ojos fijos en mí.

Con cuidado aparté la cabeza de Angüelo. Me levanté en silencio y me dirigí hacia ella. Al andar tan despacio para no despertar a nadie, las patas se me hundían mucho en la gran capa de nieve.

Cuando estuve a unos metros de ella, la hechicera se adentró en el bosque. No hice preguntas, aunque me moría por saber dónde había estado. Simplemente, la seguí. Ella me sirvió de guía y aquella vez no fuimos al riachuelo, fuimos más allá. Yo no necesitaba la luz para ver, pero ella sí. En ningún momento encendió luz alguna con su magia. Me pregunté cómo lo haría.

Entonces, ella se detuvo frente a un roble. Su tronco era mucho más grueso y viejo que el resto. La hechicera suspiró pesadamente.Me atreví a hacerle una pregunta que no había tenido la oportunidad de hacer en su momento.

-¿Por qué los pegasos y los unicornios estamos en guerra?

-Por culpa de los humanos. -dijo simplemente.

-¿Por sus guerras? -me atreví a preguntar con un susurro.

-No solo por sus guerras. También por su odio, por su furia, por su falta de sensibilidad ante la muerte de los bosques. Son la única raza que conozco que es capaz de matar a sus propios congéneres por simple envidia. Son una raza horrible que no merece su existencia. -hizo una pausa- Los unicornios aún tienen esperanza de que los humanos cambien. Nosotros la perdimos hace mucho. Por eso estamos en conflicto.Pensé durante unos momentos lo que me había contado.

-Pero, ¿todos los humanos son así? ¿No hay ninguno que sea distinto?La hechicera me miró con cierta furia contenida.

-¡Ninguno! Ninguno se salva de esa... de esa... especie de maldición que los acecha a todos. -me sorprendió que hablase con esa ira- Y lo que más me cabrea es que el rey de nuestro país... el rey de Narnia... ¡es humano!

Abrí mucho los ojos.

-¿La familia real es humana? -pregunté sorprendida.

-Sí, y no podemos hacer nada. Firmamos una tregua con los humanos. Juramos fidelidad al rey a pesar de nuestro odio hacia ellos.

-Yo... yo creo que es mejor así. No hay guerras ni muertes.

-Ellos están por encima de nosotros cuando debería ser al revés. Debemos enfrentarnos a ellos para recuperar lo que es nuestro.

Fruncí el ceño y agache la cabeza.

-Entiendo. -murmuré. Ella me miró durante largo tiempo y su expresión cambió por una más neutral. En cierto modo parecía que me miraba incluso con cierto... cariño.

-Me recuerdas a mí cuando era un potro. Yo también creía que podíamos llevarnos bien con los humanos. -dijo con una leve sonrisa, pero al alzar la vista hacia el roble ante el que nos habíamos detenido, la sonrisa se desvaneció- Pero no puede ser. Si no, miro lo que le hicieron a él.

-¿Él? -pregunté extrañada, observando el árbol.

-Vamos, Árnor. Despierta. -susurró la hechicera.

-¿Árnor? ¿Igual que el bos...? -no terminé la pregunta.

La raíces del árbol se movían y salían de la tierra como por arte de magia. Se abrieron dos enormes ojos en el tronco del roble y dos gruesas ramas se separaron del resto de la copa, para bajar y quedar una a cada costado, sirviendo como brazos.

El ent.

-No se llama igual que nuestro bosque. Es el bosque el que se llama igual que él. -respondió la hechicera.

-Mm... Lorei, ¿por qué me has despertado? -le pregunté a la hechicera, con el ceño fruncido.

-¿Te llamas Lorei? -le pregunté a la hechicera, frunciendo el ceño al igual que el ent.

-Oh, que criatura más pequeña has traído. No es más que un potro. -hablaba con lentitud.

El ent se agachó y acercó una mano a mí. Yo retrocedí un paso, pues no me fiaba mucho, y Árnor posó su enorme mano cerca de mí. Dudé un segundo, pero aún así me subí a ella. El ent ascendió la mano, con cuidado, y me puso a la altura de sus ojos. Sus grandes ojos marrones, con betas verdes, me observaban con atención.

-Cuéntale lo que te hicieron los humanos, viejo Árnor.

-Mm... No, es demasiado joven. No deberías contarle estas cosas. No llenes su corazón de odio tan pronto. Y tú deberías aprender a superar el rencor.

-Árnor. -se limitó a decir Lorei, mirándole seria. El ent le devolvió la mirada, también extremadamente serio.

-Los humanos tienen la culpa de que toda mi raza haya muerto. Soy el último de todos los ents. -explicó Árnor, con los ojos fijos en la hechicera. Luego, me miró- No dejes que piense por ti. No permitas que te meta esas ideas en la cabeza. Toma tus propias decisiones acerca de los humanos. Han extinguido a mi raza, pero no les guardo rencor. Ya no.

-Es suficiente. -dijo Lorei.

-Mm... Hasta la próxima vez que no veamos, pequeña. -murmuró el ent y, cuando hizo ademán de bajarme, le detuve.

-Me llamo Shindra. -me presenté.

-Mm... Es un placer. -me volvió a bajar al suelo, y de un salto me bajé de su mano. Cuando me alejé de allí, siguiendo a Lorei, oí su voz a lo lejos- Ven a verme, pequeña Shindra.

La hechicera me acompañó hasta llegar al claro. Una vez allí, se detuvo entre los árboles y yo, a su lado.

Durante el camino de vuelta estuve pensando: ¿cómo podían los humanos haber llevado a la extinción casi completa de una raza tan interesante como los ents?

-Has de saber algo sobre tu familia. -me dijo tras un largo e incómodo silencio, recalcando la palabra "algo".

-¿El qué? -pregunté tras unos momentos.

-Es acerca de la hechicera Exlis. Pero no he de ser yo quién te lo cuente. Pregúntale a tu abuela Larín.

Asentí, y sin decir más, me marché. Aún faltaban varias horas para que amaneciera. Le preguntaría a la abuela cuando amaneciera.

Olvidar significa morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora