Primera Parte: Capítulo 4

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Al llegar al claro, pudimos comprobar la razón de tanta risa: a lo lejos, sobre los árboles, se veían unas criaturas de pequeña estatura, de cuerpo estilizado, totalmente blancos y extremidades exageradamente largas. No estaba segura, pero desde allí sus ojos parecían enormes y tan negros como pozos.

-¡Son los silfos! ¡Los silfos de nieve! -exclamó Rixon alegremente y echó a correr y se detuvo junto a los demás potros.Yo, sin embargo, me acerqué lentamente y sin mucho entusiasmo.

Aunque aquel sentimiento desapareció al ver que los árboles que sobrevolaban se llenaban de nieve a su paso. Abrí mucho los ojos y observé con una sonrisa cómo descendían hasta quedar a unos treinta centímetros de la hierba. El prado empezó a congelarse, para luego cubrirse de nieve. Un silfo, que era más pequeño que el resto, se acercó a mí y me revolvió el flequillo, haciendo que se llenase de hielo. Dio unas vueltas a mi alrededor, llenado el suelo de nieve. Reí sin poder evitarlo y jugué unos momentos con él, intentando alcanzarle, poniéndome a dos patas, y persiguiéndole con una sonrisa. El silfo echó a volar, siguiendo a los demás, que avanzaban a gran velocidad.

Les seguí, corriendo tan rápido como podía, escurriéndome de vez en cuando debido a la nieve que crecía bajo mis cascos, pero en ningún momento me detuve. Conseguí ponerme a su altura, situándome justamente bajo ellos. Aquella sensación... Esa libertad. El viento golpeándome el rostro y esa necesidad de ir más deprisa.

Cuando el claro estaba a punto de acabarse, aún no había conseguido adelantarles y al frenar no pude evitar escurrirme y noté que impactaba contra alguien, para luego rodar por el suelo. Me volví a levantar a los escasos segundos, como si tuviese un resorte.

-¡Wow! ¡Eso ha sido increíble! -exclamé con entusiasmo y efusiva alegría- ¡El año que viene repito!

-Mientras no vuelvas a chocarte conmigo, no pasará nada. -dijo una voz.

Al volverme pude ver al pegaso con el que me había chocado. Le miré algo confusa unos momentos. Pero entonces recordé. Era el pegaso al que se había acercado el hada el día anterior.

-L-Lo siento. -dije con voz entrecortada que de inmediato decidí cambiar por un tono que demostrase más confianza-: Me he dejado llevar. -aseguré, rodando los ojos.

El pegaso rió leve.

-Tan entusiasta como tu madre y tan veloz como tu padre. Quizás el año que viene lo consigas. -se inclinó un poco para hablarme en susurros- Si lo consigues, serás más rápida que tu padre. Él nunca consiguió superar a los silfos.

Se alejó caminando con una leve sonrisa en el rostro. Me quedé observándole unos segundos. Entonces, me fijé en que Rixon se acercaba a mí andando con dificultad ya que se le hundían las patas hasta las rodillas en la nieve. En un momento todo el claro se había llenado de nieve.

-¿Qué te ha dicho el Ro? -preguntó al llegar a mi lado.

-¿El Ro? -repetí confundida.

-Sí, el Ro es aquel que tiene el título de jefe de la manada. Acabas de hablar con él.

La cara que puse debió de ser todo un poema porque Rixon dejó escapar una carcajada y se apresuró a añadir:

-Pero, tranquila. Se le veía alegre. ¿Qué le has dicho? Normalmente no se le ve tan contento.

-Yo... solo le he dicho que el año que viene intentaré no chocarme con él cuando le gane a los silfos en una carrera.

-¡¿Que has hecho qué?! ¿Cómo es posible que te hayas chocado con él y no te regañase? -exclamó Rixon.

Negué con la cabeza y reí.

-No lo sé. -dije ladeando levemente la cabeza.

-Suele ser muy estricto. -Rixon frunció el ceño, extrañado.

-Bueno, ¡qué más da! -exclamé con tono alegre y empecé a andar, riendo de vez en cuando al ver que no podía andar con normalidad.

Tras un rato caminado junto a Rixon, pude comprobar que saltar igual que una cabra era de gran ayuda. Aunque de vez en cuando se me entrerraban las patas prácticamente enteras, avanzaba bastante rápido. Todos los potros reíamos sin parar, mientras la blanca nieve caía sin cesar pero con lentitud. Alcé la vista al cielo. Las nubes tapaban el cielo. A pesar de tener las patas mojadas y estar rodeada de nieve, no sentía frío. Bajé la mirada. Tenía las crines llenas de copos de nieve, pero no me importaba.Rixon me miró atentamente, durante unos largos minutos.

-¿Qué? -le dije un poco incómoda, con un tono de voz más arrogante de lo que me hubiese gustado adoptar.

-Te ves... guapa. -respondió muy avergonzado. Si hubiese sido humano, se habría sonrojado sin remedio y no habría vuelto a su color normal ni aunque hubiese metido la cabeza en la nieve.

-Mm... Gracias, Rixon. -rodé los ojos, sin saber muy bien qué responder al halago de mi amigo.

Era la primera vez que le veía así. Del poco tiempo que habíamos pasado juntos, sabía que Rixon era de ese tipo de potros avergonzados y temerosos ante todo que en realidad son amables y entusiastas que te apoyarían hasta en la cosa más tonta e infantil si eso les resulta divertido. Pero no me lo imaginaba como alguien que se dedicase a halagar a todo el mundo. Y mucho menos a mí.

Olvidar significa morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora