Primera Parte: Capítulo 14

22 6 0
                                    

Los días, las semanas y los meses pasaban de forma fugaz, sin que apenas me diese cuenta. La nieve se derritió, dando paso a las flores, las abejas recolectando polen y los pájaros cantando sin descanso. Luego, llegó el calor y nos pasábamos el día tumbados en la hierba bajo la sombra de un árbol sin hacer nada. El tiempo pasó y las hojas de los robles se volvieron marrones y cayeron sin remedio. Siempre solíamos jugar entre las hojas y hacíamos montañas con estas, para luego tirarnos sobre ellas y revolcarnos mientras reíamos. Después, los silfos llegaron de nuevo. Mi familia y amigos me felicitaban por mi cumpleaños y, una vez más, corrí junto a los silfos. ¿Que quién ganó en aquella ocasión? Yo. En esa ocasión gané yo. En esa ocasión y en todas las siguientes.

Todos los días tenía clases de magia con la hechicera Lorei. No había día en que no me perdiese una sola lección. Lorei estaba realmente sorprendida. Decía que aprendía muy rápido. Mucho más rápido de lo usual. Tal vez se debía a que soy una hechicera maldita, pero ¡quién sabe! Me enseñó innumerables hechizos que tenían que ver con la naturaleza. Aprendí a controlar el mundo que me rodeaba. Aprendí a curar a todo tipo de animales y criaturas mágicas. Aprendí a controlar el viento a placer, que a decir verdad, me fue de gran ayuda para volar mucho más rápido y hacer increíbles acrobacias.

Al final, conseguí enseñar a Rixon y a Angüelo a volar. Me costó bastante hacerlo, pero lo conseguí. En varias ocasiones me planteé seriamente rendirme, pero, según mi padre, siempre me quedaba la opción de tirarles por el acantilado como sucedió conmigo. Sabía que lo decía en broma, pero la simple idea me daba miedo y ponía más empeño en enseñarles. Una vez que lo conseguí, los tres solíamos volar constantemente. Y jugábamos sin descanso, rozando el cielo. Rozando el sol. Y con el viento en el rostro, despeinándonos las crines. Cuando uno está allí arriba... todo parece tan fácil. Las preocupaciones se olvidan y uno se queda solo... solo con su corazón. Volar, correr y vivir. Así podrían definirse todos aquellos años. Solo en esas tres palabras.

Una vez al mes, nos reuníamos con los unicornios y Angüelo, Nox y yo nos pasábamos las noches jugando. Solía mostrarles a ambos las cosas que aprendía en mis lecciones, a las cuales siempre me acompañaba Rixon. Creo que Rixon siempre supo que nos íbamos en ocasiones en mitad de la noche. Creo que lo supo desde el principio, pero él nunca dijo nada.

Tras unos años, cerca de cincuenta, que para nosotros era muy poco tiempo y apenas crecimos ninguno de nosotros debido a nuestra esperanza de vida de cinco mil años, ocurrió una catástrofe. Ocurrió algo que jamás podré perdonarme.

Yo entonces me encontraba en el acantilado, practicando mi magia. Fue de forma muy repentina. Vi volar a las aves con mucha rapidez y desesperación, y los animales salían corriendo del bosque lo más rápido que podían. Les miré confusa y, el pequeño tornado de no más de treinta centímetros de alto que había creado, se extinguió del todo al yo perder la concentración. Un joven cervatillo pasó a mi lado y le retuve con mis alas.

-Espera, espera. ¿Qué ocurre? -le pregunté. El cervato tenía rostro de espanto.

-Hu-Humanos... C-Cazadores... Están incendiando el bosque. -en cuanto dijo esto, se fue corriendo de nuevo.

Miré hacia le bosque con horror y durante unos instantes mis patas no respondieron. Luego eché a correr sin más dilación. Tenía que encontrar a mis padres y marcharnos de allí.


//OK, ADMITO QUE ÉSTE CAPÍTULO TAMPOCO ES MUCHO MÁS LARGO QUE EL ANTERIOR, PERO EL SIGUIENTE SÍ QUE SERÁ MÁS LARGO. LO PROMETO.


Olvidar significa morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora