Primera Parte: Capítulo 15

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El fuego se propagaba veloz como si el mismísimo viento lo hubiese imbuido. El incendio crepitaba con fuerza y lo único que podía oír eran los gritos. Gritos por todas partes. Gritos de dolor y terror. No podía soportarlo.

Corrí hacia el claro, en contra corriente a una legión de animales parlantes y criaturas que huían del bosque. Me tropecé una y otra vez con raíces, árboles, piedras y animales de pequeño tamaño. La abundante frondosidad del bosque me impedía levantar el vuelo. De un salto, crucé el riachuelo y continué corriendo. Aceleré hasta el punto de que parecía casi una fugaz sombra y mis cascos casi no rozaban el suelo. Pude ver una luz blanca entre los árboles. Estaba cerca del claro. Apenas podía seguir corriendo. Me faltaba el aire y el humo no ayudaba mucho. Me sentí los pulmones arder. Me quemaban.

Cuando llegué, frené a unos metros de los robles y tosí con fuerza. El humo de cegaba y veía borroso. Sacudí la cabeza, como si eso sirviese de algo. Milagrosamente, comencé a ver más claramente. Los pegasos y caballos huían uno tras otro. Unos volando, otros corriendo. Entre la multitud puede distinguir a Rixon. Le llamé a gritos, con voz ronca. Pronto él me vio y se acercó a mí corriendo.

-Hay que irse, Shindra. Y rápido.

-¿Has visto a mis padres? -pregunté apresuradamente.

-No, pero seguro que les habrán sacado ya de aquí.

-No han podido irse sin mí.

-Ven con nosotros... -no había terminado la frase cuando escuché un fuerte crujido y noté que Rixon me empujaba con fuerza. Una vez ambos estuvimos tirados en el suelo, una gran rama en llamas cayó a nuestro lado. Los dos respirábamos entrecortadamente.

-Debo buscarles... Vete. Te encontraré cuando todo esto pase.

-¿Estás segura? -me miró fijamente a los ojos. Pude ver en su mirada que estaba muy preocupado. Realmente le importaba lo que pudiera pasarme Sonreí con cierta tristeza.

-Nunca he estado tan segura.

Y era cierto. En mi corta vida como pegaso nunca había estado tan segura de algo. Si no les encontraba, me marcharía de inmediato. Si lo hacía, me iría con ellos.

Me levanté del suelo, miré a Rixon y asentí. Él hizo lo mismo y se fue corriendo junto a su madre. Me pregunté dónde se encontraría su padre en esos momentos.

No me detuve más y corrí de nuevo hacia el interior del bosque. Gritaba sus nombres sin parar mientras los ojos me lagrimeaban por el humo. Me tropecé con algo y a punto estuve de caer. Noté cómo me agarraba con fuerza de la pata y me volví para ver de qué se trataba. Era una planta que se aferraba cada vez con más fuerza a mi tobillo. A menos de un metro de distancia estaba Lorei, la hechicera.

Estaba tendida en el suelo y su respiración era pesada y lenta. Me horroricé de tal forma al ver que le habían arrancado los ojos que estuve a punto de lanzar un grito de terror. Me fijé entonces que también le habían cortado las alas. Solo quedaban dos muñones sangrientos y huesudos.

-T-Tienes... que c-cumplir... tu... destino. -dijo entrecortadamente, escupiendo un poco de sangre al hablar.

-¿Q-Qué? -pregunté con voz temblorosa. Era un espectáculo horrible, pero no podía apartar la vista de ella.

-T-Tu destino... Exlis p-pasó... por lo mismo. E-Estaba obligada... a salvar a todos... Al i-igual que la... a-anterior hechicera maldita. T-Todas las hechiceras m-malditas deben... salvar el bosque. Y-Y un día... serán a-aceptadas por... todos. Al fin.

¿Aquello... había pasado antes? Eso quería decir que por mucho que lo intentáramos, seguramente seguiríamos igual. No me aceptarían jamás. Recordé cómo me miraban mal, lo desagradables que se portaban conmigo, las ocasiones en las que Shyvo me metía en problemas y la vez que me tiró por el acantilado por pura diversión... No, no, ¡no!

-No. Yo no voy a ser como las demás. No voy a seguir un destino que no he elegido. Buscaré a mis padres y me iré. No voy a rendir cuentas a unos pegasos que se han burlado de mí desde que nací.

-N-No puedes... escapar de él. E-Exlis también... lo intentó. Y no pudo. -tosió con fuerza y vomitó sangre con gran estruendo. Rompí la planta que me retenía con gesto rápido. Retrocedí unos pasos con lentitud, sin dejar de mirarla, y luego salí corriendo de nuevo.

Grité sus nombres una y otra vez. Pero no respondían. O, por lo menos, yo no les escuchaba. Empecé a ponerme nerviosa. ¿Dónde demonios se encontraban?

Entonces, algo llamó mi atención. Forcejeos, mordidas, gruñidos y gemidos. Me acerqué con cuidado y me escondí tras un frondoso arbusto. Entre las hojas pude ver algo que me horrorizó mucho más que lo ocurrido a Lorei:

Mis padres, atados con cuerdas, forcejeando y gruñendo. Y sus captores, humanos.

¿Cómo podían decir mis padres que los humanos no eren seres horribles y a los que no debía odiar? ¿Cómo podían haberme inculcado tal cosa? ¿Por qué se habían arriesgado a creer en eso, cuando toda la manada sospechaba de ellos? ¿Por qué? ¡¿Por qué?!

-Tenemos dos bonitos espécimenes. -dijo uno de los humanos, con voz cantarina. Tenía el cabello castaño y canoso y una gran barba- ¡Nos vamos a hacer ricos!

-Relájate, Hax. -dijo el otro hombre robusto y pelirrojo. También tenía una frondosa barba.

-¡Soltadnos! ¡Ahora! O moriremos todos. -gritó mi padre.

No podía soportarlo. No podía ver cómo los mataban. Cuando iba a salir para enfrentarme a ellos, me fijé en que mi madre miraba en mi dirección fijamente. Ella, tumbada en el suelo, con las patas rotas y sin poder moverse, me miraba sin apartar la vista en ningún momento. Daba la impresión de que ni pestañeaba. Había dejado de forcejear.

-Oh, mira. La hembra parece que se ha rendido. Empecemos con ella. -dijo con una risita el tal Hax.

Me removí un poco en mi escondite y me preparé para salir en cuanto ese humano le tocase una sola pluma. Mi madre negó levemente con la cabeza, dándome a entender que no me acercase. Le pedí explicaciones con una simple mirada. Continuó callada. Si hablaba, me delataría. Se limitó a mirarme dolida. En un solo instante supe lo mucho que la decepcionaba que tuviera que ver eso. Mi padre también me había visto y me observaba con una leve sonrisa triste. Deseaba alejarme de allí. Deseaba irme. Por otro lado, también deseaba saltar en medio de aquellos humanos y salvarles. Pero mis patas no respondían. No podía huir ni podía ayudarles.

El filo de las grandes hachas brillaron un instante sobre las cabezas humanas. Y luego calleron. La capa de cenizas del suelo se llenó de sangre. Ya no había alas. Ya no había vida.

Deseé caer junto a ellos.

Me quedé unos instantes en mi escondite. Los humanos se llevaron arrastrando las alas. Pero yo ya no les prestaba atención. La mirada de mis padres seguían fijas en mí, pero sus pupilas estaban dilatadas. Estaban muertos.

Salí corriendo de allí. Lloré. Lloré como nunca lo había hecho. Ni siquiera me paré a pensar a dónde me dirigía. No era consciente de ello. Solo pensaba en mis padres. Aquella imagen se había quedado grabada en mi mente a fuego. No podía dejar de evocar esa desagradable imagen. Me detuve. Estaba en el claro. Respiraba entrecortadamente. Tenía ganas de toser. Tenía ganas de dejarme caer al suelo y dejar que me devorasen las llamas. Pero no lo hice.

Casi por puro instinto, puesto que apenas veía nada, alcé el vuelo y me detuve a unos metros de las copas de los árboles. Las llamas se alzaban sobre los árboles y lo devoraban todo a su paso. Rugidos, gemidos, quejidos... No podía. ¡No podía! No lo soportaba.

Y con lágrimas en los ojos y haciendo un evidente esfuerzo, invoqué a los vientos. Los vientos del norte, del sur, del este y del oeste. Los vientos fueron apagando las destructoras llamas, agitando los árboles con su fuerza.

Y, luego, nada. No recuerdo nada. Solo la oscuridad tragándome. La sensación de caer sin remedio.

La nada.

//No mateis por lo que acabo de hacer. Lloré mientras escribía esto.
Quería avisaros de que tan sólo queda otro capítulo más para acabar la primera parte. Luego empezaré la segunda.

Olvidar significa morirDonde viven las historias. Descúbrelo ahora