Capítulo 6: Detrás del velo

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Necesitabas algo de aire fresco, salir de esa casa aunque fuera por un momento. Estabas perdiendo la cabeza y el control de tus emociones. Puede que fuera un secuestro, o algo parecido. Habías escuchado historias perturbadoras acerca de personas que se habían enamorado de sus secuestradores. Era una enfermedad, un trastorno de la mente al verse bloqueada y asustada.

En el fondo no te sentías así, no tenías muy claro qué era lo que sentías por esa mujer, pero era algo ¿Eso significaba que estabas trastornada? No parecía una definición muy acertada. Puede que no pudieras salir de esa casa, pero tú sólo trataste de escapar una vez, la única vez que tuviste miedo de verdad.

Vale, eso significaba... Bueno, no sabías qué significaba. No estabas encerrada en un zulo, no estabas encadenada. Eras libre de hacer lo que quisieras, incluso si no te apetecía limpiar, podías no hacerlo sin miedo a las consecuencias. No tenías casa más allá de esa vieja hacienda. Toda tu vida estaba ahí ahora. Por lo tanto... No podría decirse que era un secuestro en el sentido más puro de la palabra. Eso quería decir que Donna no era tu secuestradora, ¿verdad? Si no lo era... No pasaba nada por empezar a sentir cosas extrañas, ¿no? ¿De verdad estabas enferma? ¿Podía ser un secuestro aún queriendo estar en ese lugar? ¿Aun queriendo pasar más tiempo con ella?

Todo eso era demasiado para ti. El insomnio te hacía revolverte en esos pensamientos cuando caía la noche. Era mucho que pensar, mucho que valorar, un autodiagnóstico que no eras capaz de pronunciar ni siquiera en tu cabeza. Necesitabas ese paseo, alejarte aunque fuera unos metros de la casa.

Sorprendentemente, ella aceptó que tomaras el aire, pero con una condición, o más bien, con un seguro para ella misma. Irías con Angie. No podías culparla por no confiar en ti, además, ella no tenía ni idea de lo que estabas empezando a sentir, y era mejor así.

– ¿Cuál es su radio de acción? ¿Puede controlarte siempre? –preguntaste de manera inocente, paseando por ese bosque tenebroso junto a la alegre y saltarina muñeca.

–Para empezar, tonta, soy yo la que se deja controlar –contestó Angie, fingiendo una terrible ofensa.

–Oh, vale, perdona –dijiste divertida, acostumbrada a sus mentiras.

–No lo olvides... Eveline –amenazó con un tono siniestro, paseando por aquel bosque, por aquel camino que no sabías exactamente a dónde conducía.

–Pero no has respondido a mi pregunta –comentaste con cierto tono burlón, imitando su manera de hablar.

– ¿Ves el puente? –dijo, señalando hacia él. Lo recordabas de cuando llegaste. –Si pasamos de ahí me costará mucho moverme...

–Vale, ya me hago una idea –suspiraste asintiendo. En realidad no te interesaba mucho ese dato, pero de algo tenías que hablar para callar las voces de tu mente...

– ¡Eveline, Eveline! Juguemos al escondite –exigió la muñeca, entusiasmada. Tú rodaste los ojos. No podrías tener ni unos momentos de tranquilidad junto a Angie.

– ¿Otra vez? Ayer jugamos durante casi todo el día –dijiste cruzándote de brazos, pareciéndote a tus padres de una forma bastante inquietante.

–Por favor... Donna es una aburrida, no quiere jugar nunca –protestó Angie, bajando la cabeza.

–Donna tiene muchas cosas que hacer, Angie –dijiste excusando a tu señora.

–Sí, claro, pensar en ti... –murmuró en un susurro casi imperceptible. Tú abriste los ojos con sorpresa y trabajaste duramente por asegurarte de haber oído bien.

– ¿Qué? ¿Qué has dicho? –preguntaste negando con la cabeza, con una sonrisa involuntaria formándose en tu rostro. La muñeca huyó de ti cubriéndose la boca con la mano.

El infierno en el que quiero quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora