Capítulo 5: Visitas

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– ¿Te gusta? –preguntó la mujer de negro en un susurro, mientras comíais frente a frente como siempre, olvidando ese momento tenso del taller ¿Tenso? No lo parecía ¿Extraño? Muy extraño.

–Sí... Está delicioso... –dijiste con una sonrisa sincera, limpiándote con la servilleta. Volviste a escuchar otra vez ese sonido parecido a una risotada infantil.

–Le he echado más pimienta, sé que te gusta –dijo mirando ahora a su plato, evitando tu mirada.

–Pues sí, me gustan las cosas que pican un poco... ¿Cómo lo sabías? –preguntaste, empezando a a encontrarte cómoda en esas situaciones, ¿sería por aquel beso de antes?

–Intuición... –suspiró, con un tono que te decía que esa palabra venía de una boca sonriente, una que no podías ver y por la que cada vez tenías más curiosidad.

Hubo unos instantes más de silencio incómodo, o cómodo, según cómo lo miraras.

–Yo... También perdí a mis padres cuando era una niña –comentó, haciendo que te atragantaras por esas palabras inesperadas.

–Oh, yo lo, lo siento mucho... –dijiste, sabiendo que era una ocasión para tener todos tus sentidos puestos en la conversación.

–Ellos se... –balbuceó, con la mano que sostenía el tenedor temblando peligrosamente, augurando otro momento de crisis.

–No, por favor, Donna, no tienes por qué contármelo –dijiste alertada por lo que estaba por venir.

–No... Yo... Quiero hacerlo... Me parece justo...–afirmó ella, controlando su respiración y su temblor. Tú, que ya estabas dispuesta a levantarte, volviste a sentarte, expectante y un poco nerviosa.

–De, de acuerdo –dijiste temerosa, buscando a Angie con la mirada.

La muñeca parecía estar muy entretenida con ese ovillo. Algo tramaba ya que, cuando mirabas se daba la vuelta con una expresión infantil.

–Se arrojaron por la cascada –dijo Donna, reprimiendo un sollozo.

Tú no sabías qué decir ante esa horrible información. Tampoco habías querido saberlo, no aportaba nada más que otro motivo por el que había perdido la cordura.

–Eso es horrible –dijiste, insegura de su reacción, que no se hizo esperar.

Con un golpe seco, que hizo que las copas se tambalearan, la mujer de negro golpeó la mesa furiosa, haciendo que retrocedieras.

– ¡Me dejaron sola! –gritó con la voz quebrada, derivando esa furia a un llanto más tranquilo que el de la noche anterior, pero un llanto igualmente.

Te levantaste, aguantando de nuevo sus manos, temerosa de que los golpes continuaran, de que se hiciera daño. No querías eso, por alguna razón, no lo querías.

–No, no pasa nada, Donna, eso, eso es el pasado... Tú, tú no estás sola... Tienes a Angie... Me, me tienes a mí... –dijiste abriéndote paso en un llanto desconsolado. En cuestión de segundos, su respiración se relajó.

–Lo siento... –susurró Donna disculpándose por su actitud, por haber perdido el control de nuevo. Tú asentiste, soltándole las manos con suavidad.

–Tranquila, no pasa nada –dijiste, alejándote cuando se levantó de nuevo, colocándose el velo en caso de que se hubiera movido lo suficiente como para descubrir su rostro.

–Voy... Voy a recoger esto... –murmuró en un tono casi inaudible, al que estabas más acostumbrada.

– ¿Quieres que te ayude? –preguntaste con educación.

El infierno en el que quiero quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora