Capítulo 3: Atormentada

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Habían pasado un par de semanas desde que empezaste a servir a la dama Beneviento. Los días era una rutina de limpieza, comidas y cenas en silencio, y de preguntas redundantes de Angie. No podía decirse que estuvieras pasándolo mal, pero ese silencio, esas palabras suaves y poco frecuentes empezaron a despertar en ti cierta inquietud. Apenas veías a Donna, sólo durante esas comidas silenciosas. Se pasaba la mayor parte del tiempo en su taller. Al parecer, se dedicaba a fabricar muñecas artesanales. Un pasatiempo... Curioso.

A pesar de que parecía una mujer normal y corriente, no podías evitar pensar que estabas equivocada. Por las noches, a veces te parecía oír llantos provenientes del piso de abajo, incluso unos golpes fuertes y a veces incluso alguna carcajada.

Todo parecía apuntar a esa siniestra muñeca, aunque no podías estar completamente segura. Parecía como si esa dama tuviera problemas, y eso te asustaba un poco, aunque, naturalmente, no quisiste preguntar. Te mantuviste a salvo huyendo de cualquier duda o curiosidad, limitándote a cumplir con tus tareas y evitando esos pensamientos leyendo uno de los infinitos libros del lugar.

– ¿Tienes novio? –preguntó Angie mientras quitabas algunas telarañas de las estanterías. Te giraste bruscamente, asaltada sin piedad por una pregunta demasiado personal.

– ¿Qué? –dijiste sorprendida. –Lo siento, Señorita Angie, pero eso no es de su incumbencia.

– ¿No? Yo creo que sí, eres nuestra, nuestra –repitió con voz cantarina.

Tú resoplaste, negando con la cabeza. Eso no sería suficiente. Esa muñeca nunca aceptaba un no por respuesta.

–Responde, sirvienta tonta. No se lo diré a nadie –susurró con un gesto exagerado de confidencialidad.

–No, no tengo novio –respondiste secamente, yendo hacia otra de las estanterías de ese salón.

– ¿Novia? –preguntó al instante, haciendo que te congelaras en el sitio, con un picor familiar en la garganta.

–No –dijiste en un susurro quebrado.

– ¿Alguna vez has tenido? –preguntó con un tono burlón, picante, oscuro.

– ¿Qué? ¿A qué vienen esas preguntas?

–Sólo pregunto porque me aburro, eres una doncella aburrida, tonta –dijo en su defensa, cruzándose cómicamente de brazos. –Responde, responde.

–Oh... Pues sí, claro que he tenido –dijiste molesta, colocando un cojín en el sofá de la manera correcta, tratando de distraerte de esas incómodas preguntas.

– ¿Chico o chica? –insistió la muñeca, haciendo que apretaras con fuerza el cojín, imaginando que estrujabas ese impertinente cuello de madera.

– ¿Eso le importa, Señorita Angie? –preguntaste entre dientes.

–Responde, sirvienta, o ensuciaré todo lo que hayas limpiado –dijo en un tono amenazante, trepando al sofá para estar a la altura de tus ojos.

–Una chica, ¿contenta? –dijiste sin estar segura de si estabas haciendo bien siendo sincera, ¿Qué era lo peor que podía pasar? Era mejor opción que mentir. Ya eras su prisionera.

–A la forastera le gustan las chicas... –canturreó en voz demasiado alta. Tú temblaste, rezando porque sus canturreos no hubieran llegado al sótano donde trabajaba tu señora.

– ¿Qué? ¿Hay algún problema? –preguntaste a la defensiva, cansada de esas preguntas que te recordaban demasiado a tu antiguo hogar. ¿Cómo sería su mentalidad respecto a esos temas? Esa pregunta te hizo temblar.

El infierno en el que quiero quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora