Capítulo 2: La Casa Beneviento

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Pasaste la noche en aquel lugar junto a esa bruja suprema. Una ducha, cuidados exhaustivos en tus heridas, ropa limpia y nueva y una serie de pruebas extrañas. Análisis de sangre, muestras de ADN... Cosas que aparentemente no tenían relevancia ni sentido. Tampoco quisiste preguntar. La situación te había provocado cierto estado de shock, cierta desazón. Ganas de no hacer preguntas, de mantenerte callada. Esa mujer te daba escalofríos, pero no por lo malvada que parecía, si no por esa actitud delicada y un poco psicopática hacia ti.

–Me sorprende la decisión de Madre Miranda, sinceramente... –dijo el curioso hombre que te llevaba en su carruaje.

Un hombre grotescamente gordo, que se hacía llamar, o al menos así le llamó Miranda, El Duque, te miraba con curiosidad. Parecía una especie de comerciante, de recadero de esos esbirros. Por lo menos, él había sido el encargado de llevarte a tu nuevo hogar, hacia la casa Beneviento.

– ¿Por qué lo dice? –preguntaste educadamente, sentada en la parte de atrás. No había cadenas ni un hechizo extraño que te hacía permanecer quieta. Esa Miranda era terrible, sabía perfectamente que no tenías intención alguna de escapar.

–Bueno... Hace años que la Señora Beneviento no recibe a nadie en su vieja casa... –comentó, dejando ver que sabía mucho más de lo que parecía en un principio.

– ¿Cómo es? Me refiero a ella, a la Señora Beneviento –preguntaste, mirando ese vestido que Miranda te había obligado a ponerte. No te quedaba mal, pero no era tu estilo en absoluto.

Una risa estruendosa te hizo abrir los ojos ampliamente. No creías que una pregunta tan simple y previsible fuera motivo de risa.

–Eso es una buena pregunta, forastera... Supongo que lo descubrirás por ti misma, ya casi estamos llegando –dijo con serias dificultades para contener la risa.

–Oh, vamos, seguro que usted sabe algo –dijiste, cruzándote de brazos, echando un vistazo al paisaje oscuro que tenías ante ti. – ¿Qué pasa con esa muñeca? ¿Tiene vida propia o habla por su dueña?

El hombre rió de nuevo.

–Puede ser cualquiera de las dos cosas... –respondió divertido.

–Está bien, muchas gracias... –dijiste decepcionada, procurando mantener el equilibrio al pasar por un no muy seguro puente de madera.

– ¡Ya está aquí! ¡Ya está aquí!– La voz chillona de la muñeca fue lo primero que oíste al llegar a aquella casa, al bajar del carruaje.

La visión frente a ti te dejó un poco impactada. Había una cascada, una gran cascada a un lado de la vieja casa. Una casa grande, aparentemente descuidada. Era un paisaje impresionantemente bello, idílico, sin encontrar ninguna similitud con el resto de la aldea. Parecía increíble que una casa tan peculiar se ocultara con tanto éxito en mitad de ese paisaje nevado.

–Vaya... Es impresionante... –dijiste observando cada detalle de ese lugar, procurando no pisar demasiado con tu pierna herida.

– ¡Forastera, forastera! –chilló Angie, corriendo a tu presencia como una niña pequeña. –¡Ya llegaste, ya llegaste!

Tú no dijiste nada, aún sin poder creer que una muñeca tuviera vida.

–Señorita Angie, ¿qué tal todo? –preguntó el hombre, cogiendo aire y con una mirada divertida.

– ¡Oh, Duque, Duque, Duque! –repitió alegremente la muñeca, parándose en frente de ti. – Contenta, muy contenta...Tenemos visita por fin... –dijo con entusiasmo, agarrando incómodamente tu mano. –Vamos, forastera, Donna te espera, vamos, vamos.

El infierno en el que quiero quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora