Capítulo 8: Reuniones

209 28 5
                                    


Las cosas iban bien, excepcionalmente bien. La especie de relación que había empezado esa mañana siguió en su punto más tranquilo. Tímidos besos, manos entrelazadas bajo la luz del proyector, susurros mucho más expresivos... Todo parecía tan irreal que tenías que parpadear varias veces para darte cuenta de que no era un sueño, o una alucinación.

Te sentías a gusto con ella, aun con sus crisis, con sus momentos de duda, sentías algo muy fuerte, como si hubieras encontrado el lugar dónde tenías que estar y ese era a su lado.

Al principio supuso un gran esfuerzo que se deshiciera de ese maldito velo. Poco a poco, fue quitándoselo durante las comidas, con la excusa tuya de que no podrías besarla con ello puesto.

Angie, por su parte, estaba feliz, exultante, recordando una y otra vez que sabía que eso iba a ocurrir y que ya era hora de que lo hiciera. No podías culpar a la muñeca por ser tan impertinente, en el fondo, sabías que la conexión entre ella y Donna era muy fuerte, como si fueran parte de un mismo ser, aunque la dama se tomara la libertad de no dejar que todos sus sentimientos pasaran a través de su marioneta.

Io... Sonno Eveline...Ho...Venti... Venticin... Venticin... anni... –decías despacio, en un pésimo italiano que horrorizaría a cualquiera. Donna te miraba, asintiendo, con una sonrisa, una que una vez que la viste, no podía dejar de hacerlo. Su mano caía sobre tu hombro, pasando de vez en cuando por tu mejilla, como si fueras algo intocable, algo tremendamente valioso.

– ¡Venticinque, tonta! No es tan difícil –protestó Angie, destrozando, como ya era costumbre, esos momentos.

–Angie, no seas mala... Lo está haciendo muy bien... –dijo Donna en tu defensa, haciendo que la muñeca se revolviera. –Eres muy dulce, cara mia...

–No es verdad. Angie tiene razón, soy un desastre –dijiste con una sonrisa traviesa, sintiendo un escalofrío cuando su mano metió un mechón de pelo detrás de tu oreja antes de plantar un casto y suave beso en tus labios.

Tú suspiraste, apoyando tu cabeza en su hombro, agarrando su mano para que estuviera más cerca de ti. Ella besó tu cabeza y suspiró también, relajándose, disfrutando del momento.

–Aún me parece increíble que sientas algo por mí... –susurró Donna, con un tono melancólico.

–No empieces otra vez con eso... –dijiste, arrimándote un poco más a ella. No era la primera vez que sacaba a relucir sus inseguridades.

Antes de que la dama empezara otra vez con su discurso típico de su cicatriz, de sus poderes, o insinuando que era un horrible monstruo, la puerta sonó, con ese timbre apagado y triste. Sólo podía ser una persona, el Duque.

–Ya voy... –dijiste incorporándote y levantándote del sofá, siendo interrumpida por una mano fría en tu muñeca que tiró de ti para que te inclinaras hacia ella, para que pudiera besarte rápidamente, antes de colocarse el velo de nuevo.

Tú reíste, no haciendo ningún esfuerzo por detener su necesidad de esconderse de los demás. Todo llegaría, Eveline, seguro que podrías conseguirlo.

–Vaya, hoy tiene mucho mejor aspecto, Señorita Eveline... –dijo ese hombre gordo, con una sonrisa burlona en su cara.

–Gracias –dijiste secamente, entregándole su habitual bolsa con dinero, que recogió entre risitas y toses. –Usted está... Como siempre.

Estar frente a él te recordó algo que habías olvidado entre besos y caricias... Tu particular investigación sobre la misteriosa Claudia Beneviento.

–Eso es un cumplido viniendo de usted... ¿Qué tal le va con nuestra fabricante de muñecas favorita? –preguntó el Duque con curiosidad. Ah, no, no iba a sacarte ni un poco de información.

El infierno en el que quiero quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora