Capítulo 30: Sin piedad

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Los alaridos de esas bestias resonaron por todo el lugar, lanzándose al suelo sin vacilar, portando orgullosos sus armas, dispuestos a acatar tus órdenes, a desobedecer a su diosa.

– ¡Alejaos de mí, bestias inmundas! –chilló Miranda, abrumada por el número de criaturas que la atacaban, pero deshaciéndose de cada una de ellas con extrema facilidad.

–Bien, el espectáculo ha comenzado... –susurró Heisenberg. – ¡Hermanos, hermanas! ¡Qué empiece la batalla –alentó agitando con fuerza su martillo, haciendo que todos corrierais detrás de él con un alarido furioso.

Todos y cada uno de vosotros os esforzasteis al máximo, pero fuisteis incapaces de tocar a Miranda, a pesar de que ella estaba muy ocupada con los lycans.

Alcina sacó unas horribles garras de sus manos, unas que no habías visto nunca, atacando desesperadamente a su madre, a su diosa, con gruñidos llenos de furia, de desolación por la pérdida de la que pensaba era su salvadora.

Donna se concentraba, tratando de distraer a Miranda, consiguiéndolo por un corto periodo de tiempo, pero no era suficiente. La bruja resistía cada una de las embestidas de las bestias, cada uno de los ataques con objetos punzantes de Karl. Nada, ni el más mínimo rasguño.

– ¡Eveline! ¡El cuchillo, coge el cuchillo! –gritó Alcina, forcejeando con la bruja, tomándose tiempo para buscar algo en su vestido. Parecía una daga antigua, negra, seguramente ese puñal del que habló en la fábrica.

Tú lo cogiste como pudiste, clavándote un poco el filo, notando cómo tu piel ardía con el más mínimo contacto. Por mucho dolor que sintieras, era una señal de que podrías hacerle algo a la sacerdotisa. Al fin y al cabo, las dos estabais infectadas y sospechabas que de una manera muy parecida.

– ¡Vamos, vamos! ¡Seguid! –gritó Karl, rescatando a su alta hermana antes de que Miranda le clavara sus garras. – ¡Vamos!

Tú, con el puñal en la mano, buscaste una manera inteligente de acercarte a Miranda, nerviosa por saber cuándo empezaríais a caer bajo su fuerza. Estabais en ventaja numérica, pero no imaginabas lo tremendamente fuerte y poderosa que era. Aun así, conservabas esperanza.

– ¡Urias! –gritaste, haciendo que la criatura más grande de todas se acercara rápidamente, cubierta por Heisenberg, que golpeaba sin descanso con su martillo, reteniendo a Miranda.

Con un salto grácil y armonioso, te encaramaste a su espalda, portando con fuerza el puñal mata demonios.

– ¡Corre! ¡Derríbala! –ordenaste furiosa, haciendo que tus venas brillaran de nuevo. Tras un rugido furioso, la bestia te obedeció, dirigiéndose raudo y veloz hacia la bruja, que había conseguido derribar a Karl y amenazaba con acabar con él de inmediato.

Urias alzó su maza, clavándola en el suelo antes de que esas garras en forma de rama atravesaran el cuerpo del jerarca. Tú aprovechaste para saltar hacia la sacerdotisa, sujetando el puñal con las dos manos, aterrizando sobre ella, derribándola al suelo con un grito de dolor.

– ¡Te mataré! –gruñiste, tratando con todas tus fuerzas de clavar el cuchillo en su pecho. Sus manos era mucho más fuertes que las tuyas, no había manera de bajar más.

–Inténtalo, pajarito –siseó Miranda, haciendo un visible esfuerzo para evitar que la hoja acabara en su carne, pero sin dejar de sonreír de manera burlona.

Sin hacer uso de ningún topo de poder, inclinó con fuerza la cabeza hacia ti, golpeándote la nariz en el proceso, haciendo que bajaras de ella con un lamento de dolor. Sin mucho tiempo para reaccionar, te lanzaste de nuevo sobre su cuerpo, agarrando una de sus muñecas, haciendo que gimiera de dolor cuando tus manos se volvieron brillantes de nuevo.

El infierno en el que quiero quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora