Epílogo: Una nueva vida en cuatro actos

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Tranquilidad


–Eveline...

La voz era autoritaria, impaciente. Te llamaba, te reclamaba su atención.

La negra noche hacía que el lugar permaneciera sombrío, iluminado por la luz de las velas que hacían que todos los ojos que te observaban brillaran de manera siniestra. Ojos ávidos de poder, de victoria.

El calor del fuego entraba por tu ropa, manteniendo una sensación soporífera pero agradable en tu cuerpo. Tu piel brillaba con ese resplandor tétrico.

Delante de ti, una decisión, una prueba en tu camino, la oportunidad de ganar, de perder. Tus manos sujetaban con firmeza las opciones. Sólo eran guías, tu decisión sería lo importante. Esas miradas, esos ojos que estudiaban cada uno de tus gestos se veían impacientes, intrigantes.

La tensión era tan palpable, podría incluso beberse, al igual que el líquido rojo que tenías frente a ti. Espeso, ardiente como ese fuego, que parecía bailar en tu nombre, que parecía indicarte cuál era el camino que tenías que tomar para librarte de esas sonrisas siniestras que empezaron a acosarte.

Seguir o rendirse, todo podía ser posible con tan sólo una palabra ¿Cuánto más podrías aguantar? ¿Esos ojos intrigantes y amenazadores seguían siéndolo? Pensamientos profundos, que enfatizaste con un suspiro, concentrándote en tus opciones, en la manera más fácil de salir de ese atolladero.

Una fina nube de humo se cierne sobre ti como amenaza, para presionarte, para que pienses rápido. Ya no tienes tiempo, tienes que tomar una decisión. Como una revelación providencial, ya sabías cuál era.

–Lo veo –dijiste, lanzando un puñado de monedas al centro de la mesa, junto a resto de las apuestas de tus contrincantes.

–Así me gusta, muñeca, hazme rico –rió Heisenberg, acomodándose en la silla.

–No cantes victoria tan deprisa –murmuraste son una sonrisa maligna, mirando por el rabillo del ojo tus cartas.

– ¡Sí, sí, tonto! Yo también lo veo –dijo Angie, entusiasmada, echando también un puñado de monedas al montón.

–Espera, Angie, creo que te has pasado de monedas –dijiste frunciendo el ceño.

– ¡No, no! Oh, sí, perdón –se disculpó la muñeca, con una carcajada siniestra.

–Muy bien... Acepto el reto –dijo la sensual voz de Alcina, con una sonrisa siniestra. –Irina, cielo, ¿qué dices?

La tímida doncella miró de nuevo sus cartas. Parecía asustada, pero no tanto como otras veces. Algo había cambiado desde aquella noche, y no sólo la tranquilidad de la que ahora podíais disfrutar. Esas noches de juegos de azar en el castillo eran sólo una pequeña parte de vuestra nueva vida. Una vida tranquila, sin nadie a quién servir, sin nadie ante el que arrodillarse.

Seis meses después de la derrota de Miranda, nada aparte de eso había cambiado especialmente, sólo el vínculo que te unía a esa familia tan curiosa se había visto reforzado, al igual que tu relación con tu esposa.

El anillo que por fin Donna te regaló brillaba en tu dedo con resplandecientes tonos dorados a la luz de la chimenea. Ella tenía uno igual, el símbolo de que por fin vuestra unión era algo más que unas palabras vacías.

No hubo una gran fiesta, ni una ceremonia solemne. Sólo un intercambio silencioso de votos, con Angie como única testigo. No querías más, con eso era suficiente. Ahora, te tocaba disfrutar de verdad de esa vida nueva, una sin preocupaciones más allá de ser feliz, una que por fin, después de todos los años de penurias y sufrimiento, habías conseguido.

El infierno en el que quiero quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora