Capítulo 16: Una visita a la fábrica

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A pesar de que ella te prometió una reunión con su hermano, las semanas pasaban y no había señales de que eso se llegara a producir. Tú estabas bien, pero poco a poco empezaste a ponerte algo nerviosa.

Llevabas una vida tranquila junto a Donna, pero esas preguntas, la incertidumbre de todo lo que te rodeaba eran motivos suficientes para que el estrés de la duda hiciera mella en tu cuerpo. Dolores de cabeza, mareos... Irritabilidad... Poco a poco todo el miedo que sentías en el fondo de tu alma se fue exteriorizando en esos síntomas molestos.

Siempre somatizaste demasiado tus problemas.

Sin embargo, tu vida no sufrió ningún cambio, a parte de la creciente ansiedad porque tu amante cumpliera su promesa. Tu paciencia era infinita, sobre todo con ella, pero no podías evitar sentir que empezaba a agotarse.

–Estás pálida, tesoro ¿Te encuentras bien? –te preguntó Donna mientras comíais. A pesar de degustar con sumo placer todo lo que ella cocinaba, esa tarde no tenías ni un poco de hambre.

–Yo... Sí, sí, sólo estoy cansada, no duermo bien últimamente –dijiste, negando con la cabeza y engullendo un vaso de agua.

–Lo sé... Te mueves mucho –dijo ella con una tímida sonrisa.

– ¡Sí, eres una pesada! –se quejó Angie, asomada infantilmente a la mesa. Ese día no tenías muchas ganas de soportar su estridente felicidad.

–Angie... –gruñiste, con tu cabeza sufriendo por ese tono chirriante.

– ¿Sabes qué necesitas? –preguntó Donna, agarrando tu mano en la mesa, acariciándola con una suavidad que no era propia de una jerarca peligrosa.

–Fuego... –dijiste, entrecerrando los ojos hacia la muñeca, que huyó despavorida con esa amenaza.

–No... –dijo ella, divertida, con la mirada tranquila. –Te haré una infusión relajante y te vas a meter en la cama. Tienes que descansar.

–Eso suena... Muy bien –susurraste con un suspiro. Adorabas cuando ella te cuidaba.

–Voy... Voy a recoger esto... Oh, se me olvidaba. Angie, llama a Karl y dile que no iremos esta tarde.

Abriste los ojos de inmediato.

–Espera, espera... –dijiste, poniendo una mano en su muñeca, impidiendo que se moviera. – ¿Íbamos a ir hoy a verle?

–Sí, bueno... ¿No te lo había dicho?

–Puede ser... Ya te he dicho que no ando muy espabilada estos días –dijiste con un resoplido furioso. –Espera, Donna, casi... Casi mejor no lo anules.

–Pero cielo... Si te encuentras mal... –dijo ella con voz triste.

–No, no, esto... Me, me vendrá bien un poco de frío cortante de Transilvania para despejarme.

Donna se cruzó de brazos, como una madre preocupada.

–No voy a poder cambiar tu opinión, ¿verdad? –susurró divertida, pasando una mano por tu flequillo.

Tú negaste con una amplia sonrisa.

El frío era casi aterrador, y más aún al pasar por ese bosque oscuro, lleno de horribles recuerdos para tu señora, que, velo presente, caminaba junto a ti de la mano.

– ¿Está muy lejos esa fábrica? –preguntaste, justo después de dejar la tradicional ofrenda florar a su hija fallecida. Ella te miró y negó con la cabeza.

–Es... Es un paseo, pero no está muy lejos. Agradezco que te hayas abrigado... Hoy hace mucho frio.

– ¿Es que tú no sientes frío? –preguntaste curiosa, abrochándote el abrigo entre tiritonas a traición de tus dientes.

El infierno en el que quiero quedarmeDonde viven las historias. Descúbrelo ahora