Capítulo 4- Sin palabras

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Una institutriz tiene que ser todo: madre, hermana, amiga, maestra, todo en uno. Nadie tiene un mayor poder de moldeo en la vida de otro que el que tiene una institutriz.

Elizabeth von Arnim

Debía admitirlo, estaba seriamente preocupado por la situación

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Debía admitirlo, estaba seriamente preocupado por la situación. Se tomaba muy en serio la educación de sus hijos y la influencia de la señorita Rothinger le parecía peligrosa. No la conocía en absoluto, y debería de darle una segunda oportunidad de forma genuina si se consideraba un caballero de honor. Sin embargo, su experiencia diaria le había enseñado a juzgar a las personas con solo una mirada. A pesar de las buenas referencias y la experiencia de la señorita Rothinger, para él era evidente que poseía un espíritu rebelde. Era una mujer con ideas propias sobre la educación, demasiado vivaz para su gusto. Además, no podía ocultar la pasión que ardía en su interior, incluso con sus vestidos negros y su postura erguida. Su cabello rojo era su mayor delator, ya que se sabía que las mujeres pelirrojas ardían con intensidad, eran seres apasionados y peligrosos. Traían malos augurios. Los romanos consideraban que la gente pelirroja no era de confianza, y por algo sería. 

—La prima de Su Majestad la Reina Victoria vendrá de visita dentro de quince días, Su Nobilísima —informó el secretario con deferencia. Había decidido abandonar la finca para dedicar la tarde a los asuntos gubernamentales. Sus deberes diplomáticos exigían atención constante para evitar acumulaciones, especialmente tras haber retrasado varios asuntos con la visita del Embajador de Austria.

La espera de esa nueva visita en Calcuta había sido prolongada. La prima de la Reina Victoria, la Marquesa de Ailsa, desempeñaba un papel crucial en la supervisión del Imperio Británico. Familiares y allegados a Su Majestad solían visitar a los embajadores de diversos imperios para luego compartir sus impresiones personales con la Reina. Era una forma sutil y diplomática de obtener información.

—Gracias, señor Kamis —expresó Nathaniel a su leal secretario hindú, empleado desde hacía años. Esperaba que, para entonces, la señorita Rothinger ya no estuviera en su casa. Había enviado nuevas solicitudes a Inglaterra en busca de una nueva institutriz y aguardaba ansioso una pronta respuesta. Quizás tendrían que prescindir de una institutriz por un tiempo, pero era preferible a tener una inadecuada. Eran casi las siete y media de la tarde, como confirmó con una rápida ojeada al reloj de su escritorio. No deseaba regresar demasiado tarde; no sabía qué se encontraría al volver—. Hasta mañana.

—Hasta mañana, Su Nobilísima. 

Con un gesto de agradecimiento, Nathaniel se despidió de su secretario y salió de su despacho con paso firme. La tarde se desvanecía lentamente, tejiendo una manta de sombras sobre los exuberantes jardines de Calcuta. Un carruaje lo aguardaba en la entrada, ansioso por llevarlo de regreso a casa.

La inminente visita de la Marquesa de Ailsa resonaba en su mente mientras observaba las calles desde el interior de su vehículo. Esa visita traía consigo la promesa de un escrutinio minucioso de su vida en la India. Nathaniel se sentía tenso ante la perspectiva de tener que justificar sus recientes decisiones relacionadas con la colonia, y aún menos emocionado ante la posibilidad de que esa mujer indagara sobre su vida personal.

El diario de una institutrizDonde viven las historias. Descúbrelo ahora